Me hacen feliz

viernes, 28 de diciembre de 2012

Seguridad emocional

A veces me canso de estar sola, de esperar una relación. Pienso que fácilmente podría presionarme a sentir algo por alguien. Podría conformarme, tener unas charlas y dormir a su lado y que eso sea todo. A veces para escribir un poema es necesario sólo proyectar. Para olvidar a alguien a veces se puede, simplemente, meter a otra persona en el casillero de la mente ‘persona que me gusta/persona que amo’.

Pero no, no puedo. Estar sola me cuesta una banda. A veces me encuentro con alguna amiga y me pregunta ‘¿Estás con alguien?’ y al responder que no me pregunta por qué. Y es difícil de explicar que preferís estar sola que conformarte. Porque si, no encontrás gente con quienes no sientas que te conformás.

Otras veces alguna amiga quiere que nos juntemos con nuestras parejas. Salida de a cuatro. Se da por entendido que si tenés cierta edad, estás en pareja. No importa si bien, mal, si conectás o no tenés un sólo gusto en común. ¿Cómo no vas a tener en números free a tu chica o chico? A alguna gente le cuesta más entender que preferís estar sola que leer sobre física cuántica.

A veces salgo a tomar una birra con alguien, aunque sepa que no me gusta, aunque sepa que no me va a gustar. Pero salgo igual. Caigo en la lógica de la inseguridad emocional. A veces salgo a un boliche y me siento estúpidamente bien cuando alguien se acerca a decirme que soy linda. Sé que es sólo una estrategia para su inseguridad emocional, chaparse a alguien, quizás pegar garche. Pero la inseguridad emocional es así de pelotuda: puede sentirse feliz con una mentira tan tonta como ‘de toda la gente que podría haber chamuyado, me chamuyó a mí’.

Y también está la otra estrategia fácil de la inseguridad emocional: seguir en pareja con quien no te ama. Volver a buscar a alguien que te lastimaba. Relaciones interminables, enfermizas y simbióticas. Todo para tener a alguien a quien abrazar a la noche, aunque te lastime de día.

El precio de la seguridad emocional es la felicidad. No es para siempre pero cada paso que te adentrás, el camino de salida se hace más difícil. Cuando lentamente y sin darme cuenta voy cayendo en esas cosas, necesito parar, mirar a las parejas de alrededor y retomar el camino que elegí. Cuando me enrosco con eso, mejor un poquito de realidad, sentar cabeza y ver qué es lo que quiero. E ir a revolver libros usados a ver qué me sorprende.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Alejarse del otro a veces es acercarse a uno. O no.


Escribo cuando se me atoran las palabras en la mente, en la garganta, en los dedos y en las manos; escribo para poder lograr un poco de libertad, para sentirme más liviana. Hoy escribo por mi marginalidad, esa que no me deja encajar en casi ningún lado, la que me diferencia en tantos aspectos de tanta gente.

Desde chica viví en los márgenes. Mamá me quería poner, como a todas las nenas, hebillas en el pelo, que lo tuviera largo y hermoso. Pero yo no quería. Me sacaba las hebillas. Me rebelaba ante lo femenino que me imponía sacrificar mi comodidad en pos de ser linda. Yo sólo quería jugar con mi hermano, armar pistas de carrera en el patio, correr atrás de mi perra; divertirme. No me importaban ni los vestidos ni las Barbies ni el pelo. Mamá lo aceptó y mi infancia fue de corte casquito cual varón. Eso, y los mejores juegos y toda la imaginación del mundo.

Ahora sigo igual. Cuando dicen que la gente no cambia, un poco les creo. Se cambian ciertas cosas y otras se mantienen. No puedo ir contra mi marginalidad. Empecé una carrera con mucha física y matemática, me resultaba tan fácil pero no me llenaba. La dejé, empecé una que nada que ver, me cuesta un montón pero me llena. Hago oídos sordos a quienes me dicen que me cambie a una institución más fácil. No me interesa un papel.

Prefiero ir a un cinedebate que salir a bailar. No me interesa tener el pelo largo, brillante y sedoso. No uso tacos porque me incomodan. Tengo muy pocos amigos pero los amo mucho. Me importa más el ancho de mi sonrisa que el de mi cintura.

Me reúno con gente igual de marginal que yo. Me enamoro de las libertades. La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas. La frase de Kerouac identifica a quienes me rodean y quisiera yo misma ser identificada con esa frase.

Y en toda la marginalidad, siempre hay algo común. Como ser humano puedo entender a los otros y ellos pueden entenderme. En cada lugar hay un puente. A veces te entendés tanto que el puente que construís es fuerte, con vigas, con hormigón y sostenes por todos lados. A veces el puente es precario, de maderas rústicas, le faltan partes y tenés que ser muy cuidadosa para transitarlo. Pero el puente siempre está, a veces no podés comunicarte con palabras y lo hacés con la música, los dibujos, lo que tengas a mano. Otras veces el auxilio es la mirada. Y hay otros puentes con materiales que esperan ser conocidos.

Me niego a no seguir intentando puentes. Ante cada cosa, el intento, sea una abuela que quiere encajarte en los moldes, una opinión que no puede aceptarse o una dificultad tan grande que se la pasa tirándote abajo los palitos de ese puente. Mi punto de partida siempre es la marginalidad, la partida es el lugar seguro. A dónde voy no sé, lo importante es seguir construyendo puentes, buscando caminos. 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Amar - Conocer


Roland Barthes dice, en Fragmentos de un discurso amoroso, que en el abrazo con la persona que amás está todo ‘suspendido: el tiempo, la ley, la prohibición; nada se agota, nada se quiere; todos los deseos son abolidos porque parecen finalmente colmados’.

Mircea Eliade dice, en Mito y realidad, que al leer entramos en un tiempo distinto al de todos los días, como se hacía en el mito, que se desprendía del tiempo común, pagano. Al leer una historia el tiempo ‘real’ queda suspendido. El tiempo, como el abrazo, es una rebelión contra el tiempo que nos imponen, ese del capitalismo, tiempo es dinero y si no estás haciendo dinero estás perdiendo el tiempo. Amar es, para esa concepción, perder el tiempo. Amar es, para mí concepción, aprovechar el tiempo. Exprimirlo. Como el Carpe diem. El más lindo de todos.

Pier Paolo Pasolini empieza un poema diciendo ‘Sólo el amar, sólo el conocer/ importa, no el haber amado,/ no el haber conocido’. Amar y conocer son actos que importan en infinitivo. El pasado no existe. El infinitivo también es un rebelde. Amar y conocer están en un mismo plano, es imposible amar sin conocer como es imposible conocer sin amar. El infinitivo no distingue persona, número ni tiempo. Toda persona puede amar, toda persona puede conocer. No importa cuándo. Importa el qué.

Cuando amás, cuando conocés, no podés hacer más que eso. No existen otras cosas. No pueden existir y ahí está el esfuerzo de amar y conocer y también su recompensa. 

Todo el dolor vale la pena.