Me hacen feliz

jueves, 18 de abril de 2013

La medida de las cosas.


No se dedican las mismas canciones a amores distintos. Pero sí hay canciones diacrónicas, que resisten al paso del tiempo. Hay canciones que nos hacen pensar en nadie y sin embargo hablan de amor. Hay melodías reparadoras. Y también otras que te tiran abajo.

Adicta es una banda que no relaciono con ningún desamor en particular. Y a la vez la relaciono con todos. No sé si Adicta es una gran banda, pero me trasciende. Adicta es la medida del bajón. Hay momentos en que tengo que dejar de escuchar Adicta, porque me destroza.

También hay momentos en que puedo volver a escuchar sus temas, como si nunca hubiera existido un pasado en que me hacían llorar. Adicta es la medida de qué tan bien estoy, es un parámetro de lo que difícilmente pueda ser estimado. Si me siento mal por un desamor pero no puedo llorar, descargarme hasta el final, pongo Adicta. Y lloro. Mucho.

Hoy hice la prueba de fuego. Puse Adicta en los auriculares mientras caminaba por la ciudad. Y no lloré.

Hoy estoy un poquito mejor.

lunes, 1 de abril de 2013

Rituales para vivir, rituales para no morir.


Los rituales son necesarios. Son el corte del tiempo común, ordinario, automatizado, para entrar en uno nuevo, diferente, lleno de significado. Hacemos mil cosas en el día. Las hacemos porque hay-que-hacerlas: ir al súper, pagar las cuentas, cursar, trabajar, manejar. Así, de repente, nos encontramos al lado de la alacena sin acordarnos qué queríamos hacer. Eso nunca va a pasar con un ritual. En el ritual hacés sólo lo que estás haciendo, disfrutándolo en todas sus dimensiones. El ritual es dejar de lado lo asfixiante de la rutina para entrar en un tiempo paralelo donde la conexión es lo único que importa, el exterior y el interior siendo uno solo.


Ser ni-dios- ni-patria te puede alejar de los rituales: sin fechas patrias que festejar, sin misas con dioses a adorar. Podés ser un robot racional carente de magia. Podés moverte en el mundo con motivos para todo, con certezas y sin dudas, nunca llegando tarde por saltar sobre hojas secas de otoño. 


Pero ser ni-dios-ni-patria puede hacer que busques tus propios rituales. Que no aceptes los ya dados y sólo puedas sumergirte en los que sean propios. El ritual en su máximo exponente.


Yo soy de las que buscan sus propios rituales. Un té con su calorcito que te cambia el día. Esperar a mis amigos con una torta. Buscar un momento para dibujar pavaditas en un cuaderno. Improvisar canciones a capella de ritmos simples para demostrar mi amor a seres queridos y perros callejeros. Salir un rato a mirar por el balcón y llenarme de todo.  Aprender a hacer cosas nuevas, mirándolas como un niño que se maravilla ante la realidad.


El ritual es resistencia. No tiene utilidad práctica. No hay apuros. Hay aquí y ahora, la expresión máxima de los sentidos. El ritual siempre puede estar, porque puede durar cinco minutos, una hora o medio día.


Llevo las valijas medio vacías, para que cuando todo tire para abajo no estar atada a nada. Llevo el corazón casi lleno: siempre que está lleno creo un lugar más, para poder atesorar cosas nuevas. Siempre estoy dispuesta a incorporar nuevos rituales, para vivir mi existencia lo mejor posible. 


Me gusta ser un poco tonta y un poco loca. Que se contagien con mi risa. Me gusta conocer qué les gusta a mis seres queridos y hacer todo lo posible para que lo tengan. Como también me gusta conocerme a mí misma y llenarme de rituales.


Siempre vamos a tener el momento en que nos paralizamos al lado de la alacena sin saber qué queríamos hacer. Por eso siempre vamos a necesitar los rituales: para llenar nuestra existencia de un sentido que no puede ser descripto, el sentido de libertad que no se explica pero se siente. Y yo quiero sentir, porque ya tengo muchas cosas para explicar.