Me hacen feliz

martes, 27 de octubre de 2009

Burbujas.

Después de mi relación con EL, las siguientes se dividieron en dos: las que duraban un mes y las que no llegaban a suceder.


Las que duraban un mes solían ser con gente que conocía una noche, en elantro y me caía bien. Tomábamos alguna cerveza, nos dábamos unos besos y nos pasábamos el celular. Me encantaba esa persona, me apasionaba conocer algo nuevo, pero era eso: cuando terminaba la curiosidad, pasaba todo. Sólo quería entender por qué me llamaban la atención, me intrigaban y después se rompía el encanto. A veces, cuando me lo pedían, hacía el esfuerzo por estar más tiempo con esa persona pero me sentía una pelotuda total cuando no lo lograba. Y me sentía una forra porque sabía que lastimaba.


Las que no llegaban a suceder eran esas en que una persona me encantaba desde hacía más tiempo y todavía no había perdido el encanto, pero era mi amigo/a y por el miedo de perderlo/a, no hacía nada. Podía sentirme feliz con ver los ojos de alguien sonriendo, o de escuchar las palabras de otra persona, pero no arriesgaba.


Y aunque las dos posturas parecen (y eran) extremas, tienen un punto común: había dejado de confiar en las relaciones. En el primer paso, sólo podía obnubilarme, dar un poco y llegar a mi límite. Si me demandaban más, me iba a buscar otra burbuja para explotar, frágil y multicolor con la luz del sol. Si a la persona ya la conocía y sabía que la relación duraba más que una burbuja flotando en el aire, no quería perderla. Me decía que las amistades duraban más que una pareja. Esa era la otra forma de no confiar en las relaciones.


Y siempre va a haber burbujas que reventar y amigos que admirar, pero después de un tiempo, ya no me llamaba la atención la gente, porque ya había conocido demasiada. Y había lastimado a mucha, con las expectativas de más de una semana y mi imposibilidad de algo más. Pasaron muchos nombres y todo era lo mismo. Me esforcé y siempre fue en vano. Y mis amigos, siguieron estando con sus sonrisas en los ojos, sólo que en algún momento no me bastó y en un punto pensé que debía volver a EL, porque con él tenía las dos cosas que tenía en cada una de las relaciones.

sábado, 24 de octubre de 2009

Dolor de cabeza.

El episodio del espejo me dio la pauta de que había cosas que necesitaba cambiar. Me hizo mal, pero me sirvió muchísimo. Realmente no sabía bien qué era lo que tenía que cambiar o cómo, pero ese principio de conciencia de mi necesidad fue para mí súper importante, porque era el comienzo de todo.


Después de un sábado como ese, la cabeza dolía doblemente: de tanto dar vueltas en el tema y de la resaca típica de domingo. Tratando de dejar de pensar un rato me conecté al msn y lo que pensé que sería un descanso fue subir un nivel más en el dolor de cabeza y agregarle más vueltas a mis pensamientos.


Cuando me conecté estaba EL. No fue eso lo que más me sorprendió sino el enlace que en azul se mostraba en su subnick. Era un enlace de fotolog. No creía que el fuera a hacerse un fotolog, pero como dice mi abuela, la curiosidad mata al gato y yo diría que a los humanos más, así que con un simple clic tuve acceso a una parte de su vida de la que ya no era partícipe.


Yo esperaba encontrar fotos con amigos, boludeces del momento, una puesta de sol y alguna canción de su banda favorito acompañando. Pero no, me encontré con lo peor de todo. Después de seis meses de haber cortado, él no había cambiado mucho pero mi percepción sobre él fue totalmente distinta.


Ahí estaba las flamantes fotos de él y su actual novia. Y no una ni dos, todos los posts eran fotos de ellos, besándose, sonriendo, amándose. En la primer mirada me salió una sonrisa. En esa fracción de segundos me alegré por él, pensé que quizás ahora estaba mejor y encontrando su felicidad. Más allá de pensar cuánto tiempo tardó en recuperarse, traté de no juzgarlo y sonreí. Pero cuando mis ojos dejaron de recibir la información de las fotos para pasar a leer, ahí se me fue la sonrisa.


Las mismas palabras. Iguales. Lo mismo que me decía a mí. El mismo apodo. Las mismas frases. La misma estructura gramatical. Y sí, es fácil caer en las mismas palabras cuando uno está enamorado, tu vida parece llenarse de te amo, mi amor, sos mi vida, no me dejes nunca, sos todo para mi. Y eso lo entiendo, pero no puedo entender cómo después de un año y medio de salir con tu primer novia, después de seis meses de decirle que si te dejaba se mataba, después de haber llenado esas palabras con algo tan propio y que se decía, único, puedas repetirlas igual. Cómo podés, encima, poner ese link en el msn, descuidando la posibilidad de que tu ex entre. Cómo puede una persona decir el mismo apodo, una frase bastante diferente a las demás para una persona y trasferirla a otra, así, tan fácil. Cómo puede no sólo dedicarle la canción que me dedico en el primer beso, sino poner ese fragmento de cuanto que fue mi preferido cuando estaba con él y que él conoció por mí y que yo experimenté/entendí/viví por él.

martes, 20 de octubre de 2009

A través del espejo.

Sin dudas, el peor momento de la noche era encontrar un espejo. Y mirarme.

Creo que ese era el momento preciso en que todo dejaba de ser acción para ser pensamiento. Cuando me advertía a mi misma, desde afuera, como muestran los espejos, como me veían todos los demás, me daba mucha lástima. Bronca. Impotencia. Ésa del espejo era yo, y a la vez no. Sólo era una parte. Y esos ojos, marrones y comunes, que me reprochaban tanto. Ésos ojos que miraban todo y de repente estaban ciegos por no poder ver lo que estaba haciendo. Y cuando hablo de ver, me refiero a pensar, a ser consciente. Todo ese vacío que sentía, y a la vez estaba tan llena de esos sentimientos horribles hacia mí misma.

No importa cuánto duraba mi mirada en el espejo. Un descuido en el baño era suficiente. O toparme con una superficie reflejada. Bastaba. Todo mi cuerpo gritaba y toda mi mente lo callaba. Todas mis acciones se empeñaban en callarlo. Pero no podía huir siempre, ahí estaban mis ojos que ya no lloraban diciéndome todo. Parecía que había perdido todas las lágrimas con Ayelén, con Romi, con Carina, con EL...pero quizás nunca conmigo.

Y ya no podía llorar más, por eso no podía quitarme esa necesidad de huir, porque no me enfrentaba al llanto. Hasta que un día, lo que mi naturaleza no pudo lograr, surgió por el uso de las artificiales pastillitas en mi estómago. Llegó el bajón de las cinco de la mañana en el preciso momento en que me miré en un espejo de baño mientras esperaba que alguien salga del baño. Mis ojos parecían remover tierra del reflejo de mis ojos. Querían llegar al fondo, y llegaron y me paralicé. Después lloré. Lloré tanto que me fuí corriendo de elantro. Porque, de nuevo, no podía hacer más que actuar. Corrí muchísimo, sola, con frío. Con las lágrimas mezclándose con ese paso apurado. No sabía a dónde corría, en la oscuridad de la noche y en el amanecer de mis sentimientos que tanto había tapado.

Llegué a un parque y me desplomé en el suelo. Y aunque la escena parecía de película, yo no la sentía de película. Era totalmente real, más que mi cara fingiendole a mi vieja que no me pasaba nada, más que el colegio con sus horarios estructurados, más que las risas por el alcohol o los besos con desconocidos. No había nada más real que mis lágrimas, el tacto del pasto en la espalda pinchándome, la luna ahí, que siempre estuvo, siempre, cuando estuve mal, bien o neutra, siempre. Y yo, yo siempre estuve, aunque a veces ausente. Algo me decía que tenía que empezar a tomar presencia en mi propia vida. Y quizás no era la luna, sino ese sol que estaba asomando en una partecita del cielo, recordando que es él el que hace brillar a la luna, que era yo, después de todo, la que estaba llorando, más allá de las pastillas.

sábado, 17 de octubre de 2009

Pogo, mosh y slam.

Cami había hablado de catarsis y yo sentía que la mía era al revés a la suya. Ella tenía su rato de estar mal, yo tenía mis salidas para estar bien. Tampoco es que estaba todo el tiempo mal, pero era lo que predominaba: las faltas de ganas, el cansancio en todo el cuerpo, la ausencia de risas...Y sí, de debía a EL pero también se debía a mí: veía hacia atrás y entendía cómo había sido la persona que no quería ser.


Me había alejado de muchos amigos. Me convertí en la novia de. Y después la ex de. Por eso, entre otras cosas, me gustaba salir. Muchos no lo conocían ni conocían a mi yo pasado, entonces me sentía libre de ser yo sin necesidad de recordar todo el tiempo lo que había sido.


Además de ir a elantro, los viernes iba a recitales. Esas eran mi forma de catarsis. Y como toda catarsis, no distinguía más que el punto de partida y el final. Todo lo demás era un continuo, no había espacio para los pensamientos, sólo la percepción contaba y así se liberaba aquello que me hacía mal.


Antes de entrar a los recitales, nos juntábamos a tomar vino. Un vino de caja barato que al tocarlo con los labios para comenzar a tomar se sentía húmedo. Si lo pensaba, era un asco. Pero no pensaba, hacía. El vino fermentaba en mi estómago con alguna pastilla como en su elaboración fermentaban las uvas, ese vino que también estaba presente en la catarsis de muchos pueblos antiguos.


Y yo lo sentía como un ritual. La cabeza mareada, cierto despiste y el pogo, dejar que el cuerpo haga lo que quiera hacer sin mediación de pensamiento, que los golpes no duelan, que los golpes se sientan bien porque a diferencia de otros golpes, ya no importan; sentir las luces (si las había) quemándo los ojos, el cerebro, las pestañas, las acciones, las luces que muestran sólo la silueta, sólo una parte del individuo, sólo lo básico. Y el humo que confunde las formas, los pensamientos, no había límites de acción ni de palabra ni de nada.


Y pasaba un vaso de cerveza y otro y otro y ya era mecánico, no me detenía a ver el plástico recipiente inclinado a mis labios. Saboreaba, tragaba, pasaba. Hablaba siempre con alguien, a veces me convidaban un porro en una esquina oscura. Y todo pasaba no rápido sino de manera continua. El tiempo no era protagonista sino la acción. Y tanta acción era necesaria porque después, de domingo a jueves, no hacía otra cosa que pensar. Era un desequilibrio pero, que de alguna forma, buscaba su equilibrio.

martes, 13 de octubre de 2009

Everybody's looking for something.

En un post anterior admití haber ido de boca en boca. Confieso haberlo escrito sin pensarlo demasiado, sin detenerme lo suficiente, pero ahora me doy cuenta de que es exactamente lo que hacía.

No iba de boca en boca sólo para besar y probar los diferentes gustos y texturas y movimientos de cada persona. No era simplemente divertirme. Las bocas no sólo dan besos. Las bocas dan, también, palabras. Y hay palabras que besan y besos que dicen.


Algunos besos me hablaron de desesperación. Otros de búsquedas. Algunos eran una mezcla de las dos cosas. Pero hay bocas que no se quedaron en besos y fueron más allá: me contaron sus experiencias de vida, abrieron algo más que sólo sus labios, articularon palabras y fueron más precisos en todo eso que me estaban dando.


Todos tenemos algo que contar, sólo que a veces no sabemos cómo hacerlo. O no nos animamos. O creemos que no vale la pena. Y los gritos fueron los que me contaron, se animaron, a darme una perspectiva más. Gritos por la música fuerte, pero gritos también porque, al fin y al cabo, eran esas cosas que sólo pueden decirse gritando.


Una de las cosas que más me llegó (y que superó el olvido que me provocaban lo psicofármacos) me lo dijo Cami, la chica que esperaba tener suficiente alcohol en las venas para permitirse besarme. Hablábamos de cambios, de lo mal que pueden hacerte, de la confusión de la adolescencia y en un momento bajó la voz (y sin embargo, todavía podía escucharla) y me contó su secreto:


Para mí es simple. No podés estar todo el día mal. No podés, no te da la cabeza. Y no podés porque siempre algo te hace reír. No sé, a mi me parece encerrarse demasiado en un papel. Yo lo que hago es, cuando estoy mal, estar mal. Muy mal. Pongo esos temas que me hacen llorar y desafino. Incluso siento que me tengo que sentir peor. Pero hago catarsis. Después me siento bien. Llamo a alguna de las chicas y nos reímos. Vengo acá y bailo. No sé, a mi me sirve muy bien. Yo no quiero estar mal pero la verdad es que muchas cosas me hacen estar mal. No puedo ir contra esas cosas. Están ahí. Así que aprendí a convivir, como pude. Y ¿ves? Ahora estoy charlando con vos. Si seguiría mal me diría que soy una boluda que no vale la pena que te hable. Pero no.

lunes, 12 de octubre de 2009

Reconstruir.

Así como EL había construido mi vida, cuando se fue, sentí cómo me quedaba con los pedacitos. Y yo que creía que no era como a los 7 años, que le decía que si a un chico que no me gustaba. Lo bueno de saber qué es lo que querés y de tener que rearmar tu vida, es que te enfrentás a un mundo nuevo. Tenés confianza en hacer lo que quieras. Y tenés el poder de hacer lo que quieras, porque como todo está hecho mierda, no puede salir peor.


Lo primero que decidí era que iba a hacer todo aquello que no había hecho por miedo, por miedo a la desaprobación de EL y por miedo a la vista ajena. Empecé a juntarme con un grupo de chicos, medio punks, medio darks (en esa época el término emo ni siquiera asomaba a la luz). Yo no me vestía así, algo de su ¿ideología tenía? y escuchaba bastante música de la que aparecía en sus remeras y mochilas. Y me aceptaron igual, con mi ropa blanca y mi falta de tachas.


A uno lo conocía de cuando era más chica, sin maquillaje y sin todo ese peso encima. Lo saludé en elantro cuando lo crucé y días después estábamos tomando una cerveza. No sé por qué me acerqué a ellos. Quizás los veía como la expresión externa de todo lo que yo tenía adentro. Ese decir basta. Ese renegarse. Ese llamar la atención y bancártela. Pero de algo estoy segura: me ayudó a conocer (y estar) con chicas. Un segundo acercamiento, con la diferencia de que encima tenia 3 años más.



Creo que esa etapa sólo puedo compararla con una cosa: el día que aprendí a andar en bicicleta. Me acuerdo que me sentí volar con esas dos (y ya no cuatro!) ruedas en equilibrio, con esa velocidad, el viento en la cara y con el orgullo de finalmente haberme atrevido. Y me acuerdo, también, que me decepcionó ver a mi papá lejos, sin estar empujándome. Y cuando lo vi, cuando tomé consciencia, caí. Y me llené de raspones y me cubrí de curitas con dibujos de animales. Pero mientras duró, me sentí muy bien.


viernes, 9 de octubre de 2009

Elantro.

Con los chicos siempre íbamos al antro, un boliche con dos jaulas al costado donde bailaban las chicas, muchas mesitas, alcohol barato y la posibilidad de encontrar lo que quieras. Un lugar que nunca hubiera pisado mamá o Ayelén.


Con tanto alcohol, la música fuerte, las luces era más fácil acercarse y también, era más fácil echarle la culpa al alcohol y al día siguiente decir que no te acordabas de nada de lo que pasó, aunque nada de eso fuera verdad pero lo uses para hacer todo eso que necesita un escudo.


Con 16 años, mi primer beso de verdad (y no simples besitos) fue con Day, 20 años y arito en la lengua. No tuvo la dulzura de Ro, no tuvo la invasión del chico de la tertulia, pero tenía la delicadeza de una chica y la lujuria del chico que no sabía el nombre. No era, tampoco, como los besos de EL. Era un beso nuevo, una forma diferente de que las lenguas den paso y avancen y retrocedan, como una melodía o la marea.


Esa vez logré lo que nunca: que los chicos miren con diversión cómo dos chicas se besaban. Y yo, si, era una desubicada que tranzaba en la calle con una chica a las 6 cuando ya era de dia, entonces bancatela hermana.


Incluso crei que eran muestras de aprobación, hasta que al otro dia fui al quiosco y unos chicos me gritaron lesbiana del orto. Los miré, les saqué la lengua y seguí caminando. No me importaba, estaba haciendo lo que quería hacer.

martes, 6 de octubre de 2009

Psicofármacos.

Alguna gente, en general los abuelos y los que vienen de campo, saben cuando va a llover. Huelen la humedad, sienten un tirón en algún músculo y con todo el misticismo de un chamán, anuncian la proximidad de las lágrimas de las nubes.


El efecto del psicofármaco de la noche tardaba su tiempo en llegar. No sé cuánto, no me sentaba a esperarlo con una reposera en la vereda como las viejitas con la lluvia. Seguía divirtiendome hasta que sentía que venía.


Lo primero era una lucha en el estómago: el alcohol quería dominar a la pastilla y la pastilla al alcohol, como mis sentimientos querían estar por encima de mis pensamientos y mi lado racional contraatacaba. En los poros aparecía un calor, el corazón bombeaba más fuerte, una niebla cubría mis ojos.


Y cuando estaba con mis amigas, estaba todo bien porque todas sentíamos lo mismo, hacíamos lo mismo y nos reíamos. Pero cuando empecé a juntarme con otra gente empezaron las preocupaciones y los discursitos.


Me cansa que estén todos pendientes de esto- respondía yo-. Me cansa porque me siento juzgada, oprimida. Me dicen que no lo haga más, que no sea boluda, que voy camino a morirme, que estoy jugando con fuego. ¡Exageran muchísimo! La gente piensa que todas las drogas son como inyectarte heroína. No es así. No todas son tan malas. Y aunque lo fueran, nadie me pregunta por qué lo hago. Dan por entendido que me siento mal y tapo algo. ¿Y qué si no es eso?. Yo no le reprocho a A que fume tanto o a B que no esté flaca. Y capaz que se mueren de eso. ¿Cuál es la diferencia?. Yo, vos, todos elegimos la forma de morir. Bueno, quizás la mía sea más rápida pero peor sería morir por dentro. Sabés que detesto la rutina. Pero tengo que vivirla, el colegio, mi familia, todo me pide que siga la rutina. Bueno, ésta es mi forma de combatir la rutina, esa forma de morir con esos trabajos estructurados, cubrir con un traje el cuerpo vivo, con trabajo absurdo la mente muerta. No, no todos los que se drogan son unos huecos que no pueden articular dos palabras. Y después de juzgar viene la ameaza. Le voy a decir a tu vieja. ¡Qué solución, hijo de re mil puta! Me interna o me manda a un convento o me echa de casa. En fin, me juzga también. Al final los únicos copados son los perros. Miralo a este, me mira con preocupación, sube la oreja, tuerce la cabeza y me acompaña. No dice nada. No hace más nada. Y hace todo.

domingo, 4 de octubre de 2009

Clisé.

Los chicos y las drogas vinieron ambos de la mano de mis amigas del colegio. Era como un ritual de sábado: juntarse antes para vestirse, maquillarse y charlar. Entrar al boliche. Tomar algún trago con una pastilla adentro. Empezar a reírnos cada vez más. Estar por algún chico que como mucho, duraba un mes. Y a eso de las cinco y media, sentir un bajón, irnos cada una a su casa o, si alguna estaba todavía mal, quedarse a dormir en lo de alguna amiga. Y el lunes y el martes no prestar atención a nada de lo que digan las profesoras, sólo destinar ese tiempo a contar lo bien que la pasamos el sábado, llenar frases de te acordás cuando y reírnos de nuevo. El miércoles era un día en el medio en el que poco pasaba y ya jueves y viernes empezábamos a hablar de la próxima salida.


No sé por qué lo hacían mis amigas. Suele decirse que es para sentirse integrado. Yo sé que lo hacía porque me gustaba. Y porque en ese momento era más hedonista que un epicúreo. Había sufrido mucho con EL y ahora quería pasarla bien. Como sea, quizás el hedonismo sea una especie de huida, porque la realidad es que en el mundo no hay sólo placer. Y sólo querer vivir una cosa, es un escape.


Lo más difícil de hablar o escribir de drogas es no caer en los clisés. No decir me ocultaba de mi misma o quería tapar un vacío en mí. Y es difícil porque muchas veces es cierto. Y quizás en algún momento ésos fueron mis motivos, pero no estuve dispuesta a aceptarlo en mucho tiempo.


Por qué iba de boca en boca, si puedo decirlo. Había dejado de confiar en las relaciones. Tenía miedo de que todas sean como la que tuve con EL. Sólo podía tener eso que no requería de explicaciones: la química, sentirme gustada, besarme. No quería más. En ese momento, no necesitaba más. O no estaba preparada.


Y aunque sólo besaba hombres y tomaba pastillas una vez a la semana, los límites de ese día se iban vulnerando, se expandía la experiencia en todos los demás y yo sentía que lo vivía todos los días y no sólo el sábado. Porque después de todo, los demás días estaba muerta, por eso necesitaba vivir el sábado.