En los noventa empecé a tomar colectivos sola. El primer tiempo me parecía fascinante, iba a la primaria y sentía que surfeaba cuando no me agarraba de ningún lado, conocía barrios ajenos con sus detalles, sus grafitis y sus negocios, veía subir gente diferente y jugaba a inventarles una historia. Después empecé a aburrirme, todo me pareció lo mismo y odiaba esa media hora hasta llegar a la escuela. Y el walkman llegó para salvarme, no bajó del cielo con luces a modo de las escenas de espíritu santo que me decían en la escuela: fue más bien como un superhéroe de los que veía al volver mientras tomaba la leche.
El walkman era muy básico y mis gustos también: tenía tres casettes de los Backsteet Boys que escuchaba sin parar. Mi walkman no retrocedía y recurría a la bic. Cuando terminaba el lado B, tenía que abrir el walkman y dar vuelta el casette. Y pese a todas las comodidades que le faltarían cuando lo comparase con el mp3, me salvaba de volverme loca y odiar el trayecto en colectivo con sus escenarios, personajes y poses que ya tenía memorizada.
Ya en la secundaria tenía un mp3, musiquita con onda y mucho más que tres discos. Pero la función, con o sin bic, era la misma. Es la misma. Me pongo los auriculares y me olvido del mundo, o mejor, lo transformo. Y no es siempre igual, no puede ser el mismo con Regina Spektor que con The Strokes. El mundo, con mi música, se vuelve más lindo, se vuelve otro. No escucho a la señora que habla mal de la maestra de su hijo, ni a la jubilada que tiene miedo de salir a la calle porque mira mucho los noticieros, no veo a la pareja que se pelea en pleno colectivo, porque queda fuera de mi registro.
Pero en algún momento tengo que sacarme los auriculares, escuchar a mi jefe reclamando boludeces y contar hasta tres (mil). Tengo que ver a mi abuela y que se me haga una úlcera con sus opiniones políticas. Pero lo peor: mi tía diciéndome que se enteró de mi problema y que existe un lugar donde te recuperan y pensar que no, no puede referirse a eso pero sí, se refiere a eso y no importa cómo se enteró o a quien se lo contó, importa que sacarse los auriculares no es sólo escuchar los pajaritos, importa que las palabras duelen demasiado y que repetirme que te chupe un huevo, que-te chu-pe-un-hue-vo ya no es suficiente.