Me hacen feliz

lunes, 26 de marzo de 2012

Un beso y un golpe.



Le mandé un mensaje, corto y directo. Yo estoy, la que faltas sos vos. No sabía si me iba a responder, pero respondió. Me tiró las coordenadas de un café donde quería encontrarse y, aunque eran las cuatro de la tarde, me pedí una birra. ¿Seguridad? Le falta el prefijo in.

Ni bien me senté empecé a despeinarme. Y enseguida me peinaba con los dedos. Tenía un viejo tic, el de despeinarme. Y uno nuevo. Me peinaba de nervios. Nunca me importó verme despeinada. En ese momento mucho menos.
           
Ella fue la que rompió el silencio. Me dijo Lucero, mirame a los ojos. No me gustaba que me llamen Lucero. No me gustaban las órdenes. Parecía que lo hacía a propósito. No le decía nada. Entonces volvió a hablar. Dale, Lucero, vos siempre hablás mucho, me decís todo. Seguro tenés algo que decir. No sabés callarte.

Y ahí me tocó un nervio sensible. No, no sé callarme. Siempre hablo mucho y hago gestos y muevo las manos. No podía ser de otra manera. Toda mi vida depende de hablar. Y sentía que ella no se merecía que hable primero. ¿Por qué, si la que se fue era ella?. Que hable ella. Pero terminé hablando yo, sintiendo que los sacrificios siempre venían de mi parte, esas cosas que se sienten en caliente.

No te puedo mirar a los ojos. Te miro y quiero correrte el pelo para darte un beso. Pero ahí para todo porque si te miro las ganas de darte un beso se me van y quiero golpearte. Me enferma. No puedo pegarte. Por eso no puedo mirarte, ni saber cómo seguir. Hablá vos, que sos la que tiraste de venir.

Tenía tantas ganas de sentir esa parte de un temita de Onda Vaga, ahí donde dice Que lindo que es estar en la tierra, después de haber vivido el infierno. Qué lindo que es poder amarte y mirarte otra vez, después de estar tan enfermo. Qué lindo corazón que estas acá y acá latiendo y me desenredes los ojos y si por ahí el miedo me viene a buscar de nuevo voy a recordar lo que cantamos una vez, mirando el cielo. Quería cantarle ese tema y no podía, porque yo seguía viviendo el infierno, seguía enferma, con el miedo que recorría cada parte de mí, cada pensamiento, cada palabra. El miedo que no me dejaba nada, el miedo al abandono.

martes, 13 de marzo de 2012

¿Qué sabor tiene la mañana?


No sé cuánto estuve sentada en el baño. Los minutos y las horas dejan de importar a veces, no tienen relevancia. Sé que ella llegó y escuché ruidos en la habitación. Me lavé la cara pese a no haber llorado. Pensaba en cambiar la cara y no se me ocurría ningún buen método. Me acordé de alguna vez que vi cómo una madre le mojaba la cara a su hijo para que se tranquilice. No sabía si funcionaría.
Salí del baño y la vi haciendo el bolso. Me tiré en la cama y la miraba. Estaba boca arriba, con la cabeza apoyada sobre mis manos encontradas en la nuca. Una postura que podía parecer relajada, aunque yo estuviera atravesada por la intranquilidad. Ni ella ni yo decíamos nada. No estaba la tele prendida ni había música. Sólo se escuchaban, lejanas, las voces de otras personas hablando. Dobló algunas prendas que guardaba prolijamente en su bolso. Ella no solía ser prolija ni ordenada.
El silencio fue interrumpido por un Me voy a Capital a ver a unos amigos. Pensaba en preguntarle qué significaba eso. Me cuestionaba por qué no me decía quiénes eran esos amigos, a dónde iba a parar. Pero no le decía nada. No es que no quería, simplemente las palabras no podían ser articuladas. Había sido introducida en su silencio, pasivamente. Siguió armando el bolso. Me dijo que se iba a la terminal a sacar el pasaje. Le dije Bueno. Pero nada de eso se sentía como algo bueno. La ví salir. Me sentía muy cansada. Me recosté y me dormí enseguida.
Cuando abrí los ojos ella estaba al lado, con su cara pacífica de cuando duerme. Quería acariciarle el pelo, pero a la vez no quería. La miré un rato y me fui a ver una feria de artesanos. No compré nada. Charlé con un loco que hacía instrumentos. Le pregunté cómo los hacía. Me convidó un vino que tenía acovachado en su puesto. Charlé durante mucho tiempo. No recuerdo mucho de qué. Terminó su turno y fuimos a fumar a la playa. Me quiso dar un beso y le dije que no. Hablamos un rato más y decidí irme: el mar seguía hermoso, pero ella no estaba conmigo para compartirlo. Volví al hotel y seguí durmiendo. Cuando me desperté ni ella ni sus cosas estaban, sólo el silencio de las nueve de la mañana, cuando los madrugadores ya se fueron a la playa y los nocturnos recuperan sus horas de sueño.