Me hacen feliz

martes, 23 de agosto de 2011

Hermosa.


La miro preparando el mate mientras la pava espera en el fuego de la hornalla. Amargo, como siempre. Entran unos rayitos de sol que iluminan sus manos y ya no sé si es el sol que la ilumina o son sus propias manos las que brillan solas mientras hacen un mate para las dos. La miro, despeinada, su nuca con el pelo más cortito, la veo tan simple ahí al lado de la hornalla con su piyama haciendo girar el mate en sus manos mientras lo mira y piensa no sé en qué, o no piensa en nada.

La miro y trato de llevar a palabras lo que siento. Pienso que es hermosa, hermosa porque siempre está sonriendo y sonriéndome a mi, sonriendo. Hermosa porque lucha por lo que considera justo. Hermosa porque se toma una birra sin pensar en calorías vacías sino pensando en compartir un momento con sus amigos. Hermosa porque cuestionó todo y recién ahí eligió su norte y hermosa porque sabe que si ese norte le deja de funcionar, va a elegir otro punto cardinal. Y todos los días vuelve a elegir ese norte y yo todos los días la vuelvo a elegir a ella, aunque no sea mi norte.

La miro y termino dándome cuenta que es mucho más que hermosa. Me acerco sonriéndole, porque incluso cuando me enojo con ella por boludeces cotidianas sigo sonriéndole un poquito. Y sonriéndole la beso aunque sea la mañana y no tengamos el mejor humor del mundo, porque siempre la beso sonriendo. Y no necesito más que ese solcito entrando, los mates que vendrán, ella tan linda, con su nuca de pelo más cortito y su piyama porque recién se despertó y le encantan los mates en piyama.

lunes, 8 de agosto de 2011

Banda sonora.


Hoy, antes de empezar a tipear en la compu, sabía que necesitaba una música tranquila. Por mi mente pasaron varias posibilidades: Portishead, Sigur Ros, Bjork, Radiohead, Joanna Newsom. Me terminé decidiendo por Daniel Johnston. Y aunque la música esté fuerte, siempre voy a escuchar el ruido apurado de las teclas. Y aunque grite o me griten, siempre va a estar el sonido de lo que me pasa adentro.

Hoy, ayer, mañana; a veces los tiempos son todo lo mismo, a veces el presente parece una masa amorfa nutrida de pasado y futuro hasta lograr un conjunto donde no puede disociarse nada. Presente continuo. Continúo en el presente.

A la mina de los tatuajes le dije, finalmente, mi historia con Pablo. Se lo dije sintiéndome culpable, mordiéndome el labio, temblando la voz, teniendo miedo. No sabía los por qués y tampoco sabía si quería saber. El tiempo anterior había puesto mute, no había puesto pausa a lo que me pasaba, sólo había callado. Y la película seguía corriendo, sonora o insonora.

Mi nona es hija de italianos y siempre habló cocoliche. Yo conocí tantos tanos que hablaban cocoliche como cocoliches mismos. Para formar su identidad, mi nona se inventó un idioma. Nunca le dije que sé que las palabras que dice no son realmente en italiano. Nunca quise sacarle esa ilusión. Me resulta simpático, me causa cierta ternura. La historia que cada uno cuenta de su vida es un poco como un dialecto propio inventado: el idioma es el de todos, pero la forma de usarlo es propio. Más o menos todos vivimos las mismas cosas, pero no las contamos del mismo modo, porque no las vivimos del mismo modo. La mina de los tatuajes tenía una historia similar, pero ella la vivía diferente porque la contaba diferente. Ella no se ponía en el lugar de victimaria. Se reía. Me mostraba un tatuaje en relación a esa vivencia y yo le preguntaba por qué se tatuaría algo que le trajese un recuerdo feo y ella me decía que ella también era lo que era por los recuerdos feos. Y me contaba de sus mecanismos para superar la situación, me decía cosas que yo misma pensaba (que el mayor error de inocencia no justificaba un abuso, que no tenía que hacerme cargo, que tenía que usarlo para mi futuro, que no necesariamente mis siguientes relaciones serían similares), pero sobretodo estaba ahí. Estar parece un verbo tan simple y a veces se vuelve taaaan complejo…

Y yo me callaba, como nunca lo hacía. Callaba cayendo, me acuerdo que pensaba, como única cosa que podía pensar. Sabía que no caía, pero me gustaba la sonoridad de las dos palabras juntas. Quitaba el sentido y me quedaba con el sonido, porque si sentía todo me desbordaba. Me gustaba el sonido del roce de su jean, cuando pasaba las manos por los muslos porque le traspiraban. Y yo sabía que eso quería decir que aunque no quisiera demostrarlo, estaba nerviosa. Y yo lloraba y escondía las lágrimas y ella lo respetaba y yo lo sabía. Y pensaba que cuánto tenía que confiar en ella para dejarla que me vea llorar. Y todo hacía que tomemos conciencia de cómo nuestra relación se iba enriqueciendo y cómo el silencio se iba rompiendo gradualmente. Y cuando lo hacía, aunque lo que le contaba asemejaba más guitarras distorcionadas de adolescente que empieza a tocar punk, para nosotras nuestras voces, nuestras experiencias se juntaban formando una melodía armoniosa.