Me hacen feliz

jueves, 24 de diciembre de 2009

La brújula kafkiana.

Mi fascinación por Kafka se debió a encontrar que había alguien que podía llevar todo al límite. Y cuando parecía que no podía llegarse más al límite, dar un paso más. Y más. Un punto inimaginable, inconcebible y más palabras con prefijos con i. Un punto, como el dijo (creo que en El Proceso), del cual no es posible regresar.


Años después me consolidé como una defensora del equilibrio a ultranza, porque vi que cuando se llegaba a los límites, también uno se hallaba en un polo. Y me di cuenta también de o difícil que es poder ser sensato cuando uno está desequilibrado por la fascinación de ese polo en pos de la lejanía del otro.


Verlo a él me desequilibraba, como las brújulas que pierden todas las nociones al estar en el polo norte. Cuando estaba con el, casi toda mi moral se iba a la mierda. Porque sólo me importaba estar bien. Y tenía la falsa ilusión de que estar con alguien comprometido me hacia bien.


Pasé meses viéndolo y reubicando las coordenadas sin brújula. Meses en que la moral flaqueaba y sólo quería besarlo y tenía que repartir en esos días la poca dosis de moral que me quedaba. Meses en que sabía que yo, pero sobre todo el, estaba haciendo las cosas mal. Que más se merecía que mi odio, odio que no podía darle. Meses en los que me repetía que quizás yo sólo tenía la oportunidad de amar a una persona y ya la usé y no me quedaba otra que quedar atada a él, siendo que yo sola me ataba reduciendo el concepto de amor a algo tan determinista y trágico.


Y en todo ese tiempo, me acerqué a los límites. Y llegué al punto del cual no es posible regresar una noche que mirando las estrellas acostados en el capó del auto y tomando una birra, dejé que sus labios toquen los míos.

martes, 22 de diciembre de 2009

El silencio y la lluvia. Los días grises.


La lluvia y los silencios siempre me remitieron a un sentimiento similar. Será que los dos me hacen pensar en otras cosas porque me sorprenden. Será que siempre cambian algo de mí. Será que no espero los silencios ni espero la lluvia pero los necesito a los dos.


Ni la lluvia ni el silencio pueden durar por siempre, aunque mientras dure pueda parecer lo contrario. Y más allá de que ese silencio servía a mi cobardía, tuve que terminarlo.


- No- Le respondí. Le negaba un beso por el cual me moría. El silencio ahora era suyo. Era él quien evitaba la mirada y se quedaba paralizado.


- No entiendo, ¿no es que me amás?


- Si, por eso. No puedo permitirmelo. Tenés novia.


- ¿Y? Si vos querés y yo quiero.


- Si, pero la diferencia es que después vos tenés a alguien y yo no. A mi me cambia la vida.


- Ajá.


- Además, vos la amás. No le pedis un beso a tu ex si amás a alguien. Lo cuidás y lo amás de verdad.


- Si, tenés razón. Dejame darte un abrazo al menos.


- Bueno.


Y en ese abrazo ocultaba mi tristeza. Y aunque él me susurre que soy una buena mina, eso no me sirve de nada, si a la noche me puedo sentir tan mal que mis lágrimas brotan como la lluvia en día de nubes grises.

lunes, 14 de diciembre de 2009

A veces es mejor el silencio.


Pasaron días en que lo único que esperaba era tomarme el colectivo de las siete de la mañana para verlo. Había cambiado de la droga de viernes y sábado por la de lunes a viernes. Efecto reducido, también. Ansiedad, también. Insalubre, quizás más.


Había días que perdía el colectivo, nunca superé los cinco minutos más en la cama. Entonces al día siguiente me levantaba antes, y ahí si superaba los cinco minutos más por la ansiedad duplicada. Me ponía bien linda para compensar esa cara de sueño de todos los días, los pelos con vida propia y mi falta de maquillaje. Y hablábamos. Y a veces él abría la tapita de su celular y de reojo vislumbraba una foto de su chica, la de ahora. Y me hacia la boluda. Y él también.


Siempre me sentaba del lado de la ventana. La ventana, yo, él. Me sentía más protegida, más cercana. Aunque solo era una ilusión visual. Esperaba algo, no sabía qué, de eso se trataba mi ansiedad. Quizás esperaba que me sorprenda pero sabia que todo se había terminado.

Un día me dijo de vernos a la tarde, no de forma casual, aunque la casualidad de esos encuentros sólo fue la del primer día, porque después todo era planeado para vernos. Y accedí a fingir que una tarde nos veíamos habiéndolo previsto. Y a llegar tarde como siempre que tengo un compromiso.


Beso en la mejilla. Beso que dura un segundo más que los habituales. Detalle imperceptible, casi. Detalle importante. La placita nuestra. La plaza donde me dijo de ser su novia. Charlas del momento, mirar las nubes y buscar formas, identificar distintas texturas. Mi cabeza en su pierna para poder ver el cielo. El sabor de los detalles que están mal.


Y se lo dije. Todavía te amo. No planificado. No pensado. ¿Qué podía esperar? Obvio que me dijo que me había amado pero ahora sólo me quiere mucho. El silencio, unas pocas veces, es mejor. Así que me quede en silencio. Asentí con la cabeza. Más silencio.


Y de repente lo dijo: ¿Te puedo dar un beso?


Y me sigo preguntando si ésa era una de esas situaciones en que es mejor el silencio.