Hoy cuando se cortó la luz, fui en la oscuridad a la que todavía no se adaptaban mis ojos y busqué velas. Prendía una, la llevaba al living, prendía otra. Así hasta que logré un conjunto que me gustó. Nueve velas. No daban mucha luz, no cambiaba mucho que sean seis o nueve, pero estéticamente me gustó cuando eran nueve. Y sé que fue meramente estético porque con ojos acostumbrados a mucha luz, no hace gran diferencia el número.
Salí a la calle como algo natural e impulsivo. No suelo salir a la medianoche a la calle. No para, como hice recién, ir al medio de la calle desierta y mirar el cielo. Pero salí, algo en mi me decía que tenía que ver el mundo de otra forma a la habitual. Afuera la luz también se había ido. No sé a dónde pero se fue. Desde el medio de la calle buscaba la luna pero sólo se veía borrosa y muy poco: la tapaban las nubes. Me sentí más segura sin las luces, en el medio de la calle, a la medianoche, sola. Veía mejor sin tanta luz.
Hace muchos días que quiero escribir sobre mi primer experiencia en el pub gay. Escribía unas líneas, un párrafo, no tenían sustancia, su cohesión no me cerraba. Borraba todo y me iba a hacer otra cosa, algo enojada, algo frustrada.
Con el corte de luz se apagó la pc, se fue la música, se fue todo. Fui a la notebook en busca de palabras que otros me proporcionaban evitando, inconscientemente aportar las mías, chateando, leyendo. Pero la conexión de Internet se había ido también (¿se habría ido al mismo lugar que la luz?). Agarré la cámara de fotos y quise ver cómo serían los retratos a luz de vela. Y me encontré que era más lindo sacarle fotos a la luz de las velas que lo que ellas iluminaban. Recién en ese momento, siguiendo ese impulso que sentí al prender las velas y al ir al medio de la calle, agarré un cuaderno de la universidad al azar y empecé a escribir esto desprolijamente en renglones tan iguales y ordenados.
El cuaderno que agarré tiene los colores del arco iris (símbolo gay). No sé si es una casualidad. No sé si necesitaba apagar todo lo que estaba a mi alrededor para encender la redacción, para no centrar la atención en todo lo demás, solo el recorrido nervioso de mi mano cuando escribo cosas que nada tienen que ver con lo académico, la mano intentando ir tan rápido como la mente, tratando que no se vayan esos mínimos detalles que terminan, inexorablemente, yéndose (¿se reunirán con la luz y con Internet?).
Empecé a escribir para llegar a un punto, al pub gay, pero el punto cada vez se aleja más y más, como mis recuerdos, como mis detalles (¿harán una fiesta todos juntos, la luz, Internet, los detalles, el punto a llegar y los recuerdos?). Todo termina juntándose, lejos a donde se va o en la pantalla a la que pasé esto que surgió en papel. No llego al punto por los detalles, porque los amo, porque sé que son ellos los que le dan sentido y complejidad a las cosas, sino cada situación, persona, objeto, pensamiento sería igual al otro, no estarían atravesados por la subjetividad de cada uno, no serían tan bellamente complejos.
Y los recuerdos son aquellos que quiero sacar a la luz, esa energía que se asocia al pensamiento, al conocimiento, que es precisamente lo que este blog intenta, conocerme a mi misma, por lo que viví o por la escritura. Sin embargo, el pub no era luminoso, era oscuro y las luces de colores e intermitentes no hacían otra cosa que deformar cómo se veía todo con la luz del sol. Sin embargo, fue en la oscuridad que conocí muchas cosas, a mi misma, a mujeres, a hombres, a las drogas, al alcohol, palabras que nunca había oído. Eran, al fin y al cabo, esas cosas de día no podían mostrarse o decirse.
Hoy fui al medio de la calle porque al abrir la ventana encontré todo iluminado y quise explorar mucho cielo. Cuando llegué, encontré que no estaba iluminado por la luna o el alumbrado público: era la contaminación lumínica. A la noche, de nuevo, vi lo que no veía de día, lo que no podía percibir por centrar la atención en otras cosas. Veía la luz pero no las consecuencias de esa luz. No lo que no se veía de esa luz. Hay una canción que escuchaba cuando empecé a ir al pub que decía la noche nunca muestra toda la verdad. Yo diría que el día tampoco, que cada uno muestra sólo cierta parte de la verdad.
Ése punto aparte anterior lo escribí justo cuando se terminaba de consumir una de las nueve velas. Y todavía no dije todo lo que quiero decir ni establecí todas las relaciones que quiero establecer. En general trato que lo que escribo sea corto y conciso, pero hoy no puedo más que extenderme y dejar puntos sueltos para que cada uno vaya uniendo a su gusto. No sé si esa vela convertida en un montón de cera amorfa me está diciendo que no desespere, que tengo ocho velas más por delante o si delata que yo me consumo, como ella, entre tanto que escribo.
El primer día que pisé el pub gay (o como le decíamos con mis amigos, el puticlub) era época de carnaval y con la entrada daban un antifaz. Recuerdo habérmelo puesto impulsivamente al revés: dónde iban los ojos estaba mi nuca. No sé si no quería cubrir mi rostro o quería ver más, cual socióloga, analizar todo. Lo cierto es que observé que todos usaban sus antifaces, algunos ya sabían de qué era la fiesta y se anticiparon con antifaces con plumas, lentejuelas o con colores. Pero eran antifaces igual. Ocultaban una parte pero dejaban otra al descubierto, una que decía mucho, como el día, cómo la noche, pero siendo sólo una parte, la que se desea mostrar. Como la luna, seguía viéndose, aunque las nubes la tapen. Y ahí fue cuando vi mejor sin luz, como hoy, porque vi cosas que nunca antes había visto.