Me hacen feliz

lunes, 14 de enero de 2013

La vida que pasa.


Hace unos días hablaba con una compañera de trabajo sobre la escena de Amélie en que encuentra un juguete y busca a su antiguo dueño, ese niño del pasado que aún vive en alguna parte de ese adulto del presente. Hablábamos de cuánto nos gustaría hallar algo así y hacer de heroínas anónimas que rastrean a un niño que lucha por sobrevivir dentro de un adulto.

Me quedé pensando en ese tema, en los hallazgos inesperados, esos que te cambian el día. Las dos sabíamos que la posibilidad de que pasara algo así era bastante escasa. Aunque ambas alquilamos, no hallamos nada así. Le conté de cuando encontré, en el taparrollos, una petaca y que imaginé una persona alcohólica como en las películas que esconden sus petaquitas por ahí. Pero no, lo más probable es que quienes hicieron el taparrollos se hayan tomado una para celebrar que terminaron el trabajo y la dejaron ahí.

Sin embargo, por mínimo que fue ese encuentro, por banal y poco poético, me gustó. Hallé algo que no sabía que estaba. No lo busqué, apareció solo y me hizo imaginar una historia. Como esas personas que aparecen en la calle con una sonrisa y te sorprenden porque en el centro nadie sonríe y después te dan ganas de sonreírle a todo el mundo, creando tu propia historia.

Seguí pensando, porque soy una persona que no se saca fácilmente algo de la cabeza, y me acordé de un día que encontré, hace ya unos años, un subtepass que detrás tenía una poesía anónima, simple, del momento. Me sorprendió, me quedé pensándola y es el día de hoy que la recuerdo.

Como mi compañera de trabajo  y como yo, seguro hay mucha gente más que quiere ser sorprendida, que quiere una sonrisa o un pensamiento que perdura. Decidí dejar de esperar ser una receptora y empezar a ser emisora. Cuando voy a una casa, dejo algún papelito escondido, ahí donde el dueño no espera encontrar nada. En los colectivos copio una frasecita que me acuerde en el momento. En la calle cuando me reparten algún volante lo guardo en la mochila y los días de lluvia lo convierto en un barquito que dejo en los charcos al lado de los cordones, o un avioncito en las ventanas de las casas los días de sol.

Decidí dejar de esperar que las cosas pasen y empezar a hacerlas pasar. Ya no espero que una persona me haga amar, ahora amo todo. Cada plantita cuando la riego, cada perro que encuentro en la calle y lo acaricio, cada momento que decido vivir y valoro mi libertad.

Cada momento que no amo la libertad que uso para hacer lo que quiero es un momento que no vivo. Y a mí me encanta vivir, mientras tomo unos mates y miro las nubes por la ventana.