Me hacen feliz

viernes, 14 de octubre de 2011

Preguntas y certezas.


El otro día mi primo me preguntaba cómo sabía que no eras una amiga con la cual estaba confundida. Yo no le dije mucho, le respondí que simplemente lo sabía. Después me quedé pensando. Y sí, sé que no sos mi amiga, o que sos mi amiga pero además sos muchas muchísimas cosas más. Porque con mis amigas no existe la curvatura de mi mano hecha a medida para posarse en su cintura. No hay un imán entre mi mano y la suya y la necesidad de los dedos de entrecruzarse porque saben que encastran cual rompecabezas los espacios libres entre esos dedos. Y cuando conocí a mis amigas no me importaba saber qué voz ponen cuando hablan con los perros, si huelen el té o café antes de tomarlo, dónde se ubica el remolino de su pelo. Si me pregunto algo sobre mis amigas, es si andan bien, o si puedo darles algo para ayudarlas. Con vos me pregunto eso, pero también cuando te acercás me pregunto qué humor tendrás, si vas a preferir sumergir tu mano en mi marea revoltosa de pelos o si hoy preferís la orilla. A mis amigas cada vez que les hago un café les pregunto cuántas cucharadas de azúcar; sé que vos ponés siempre dos, excepto cuando tenés resaca que le ponés tres. Entonces te despierto susurrándote que el café está listo y tu cara deformada de sueño no quiere hablar, entonces riego las plantitas de marihuana y les hablo en un falso francés, bajito, para no aturdirte.Y cuando estás bien despierta y de buen humor, me abrazás por atrás cuando miro la ciudad por la ventana, desde arriba, pensativa, y me doy vuelta y te beso y me decís que vos también querés ese falso francés.

Y entre todo eso tan tuyo y tan mío, una certeza: un discurso nunca va a poder competir con una práctica, por eso no necesito que me digas te amo, porque sé, por las prácticas, que me amás.