Lo primero que hice al verla a Rachel fue abrazarla. Me moría de ganas de primero preguntar qué le había pasado, pero me contenía: sentía la desubicación de la curiosidad en ese momento. La abracé un rato larguísimo, en el que ella lloró tanto que pensé que no iba a parar. Cuando lo hizo saqué las llaves, abrí la puerta y en el ascensor ella seguía llorando poquito y yo le agarraba la mano. Pensar que un ascensor podía ser el escenario de la lujuria o de la compasión, sólo a unas horas de distancia.
La hice pasar y que se siente. Preparé café para mí, té con vainilla para ella. Me acordaba que le gustaba la vainilla. En cualquiera de sus formas. Su perfume también olía a vainilla. Y por ella empecé a tomar esos tés y aunque me recordaba a ella, me gustaba su olor.
Le pregunté si quería hablar, ahora que ya no lloraba. Me dijo que no, casi, pero que no me iba a dejar con la duda.
- Sebas me vio con un amigo de la secundaria en un café y se puso como loco. Yo le estaba contando que iba a ser mamá y que quería que fuera el padrino cuando lo bauticemos. Sebas no sabe todavía. El no sé, flashó y me sacó de ahí y me llevó a casa y me pegó. Y después se fue, no sé a dónde, no me dijo nada. Estaba re caliente….
- ¡Felicitaciones che!
- No me perdonáss una…
- No no, digo, por ser mamá.
- Ah si. Pero no sé si tenerlo ahora.
- ¿Lo querés tener?
- Si.
- Entonces tenelo.
- Pero Sebas me pegó…
- Si, pero eso no tiene nada que ver, vos si querés tenerlo, tenelo, de última volvé a la casa de tus viejos pero no paguen vos y tu bebé por él.
- Es cierto.
- ¿Y con el golpe qué pensás hacer?
- Em, maquillarlo, jajaja.
- Jajaja, tonta. En serio te digo…
- No sé, quiero hablar con el.
- Pero sos consciente de que…
- Si si, ya sé, no es sano y se portó mal y que capaz que me pega de nuevo. Por eso pensaba en el bebé.
- Bueno, vos manejalo, yo siento que no me puedo meter, pero ¿no deberías hacer la denuncia?
- ¿Y vos desde cuando aconsejás que vaya a la cana?
- Jaja, es cierto, odio a la cana, pero no sé qué decirte.
- ¿De qué sirve? Para que digan “la mató a golpes pero ya tenía denuncias en la cana”.
- Mirá cómo cambiaste, piba…
- Jaja, me contagié de vos…- Me limité a sonreírle.
- ¿Y terapia de pareja?
- Ufff ¡cana, terapia! ¿Qué sigue, decirme que te vas a casar?
- No, nena, te veo a vos moretoneada y lo único que me importa ahora es que busqués ayuda…
- Bueno. Dejame pensarlo.
- ¿No les vas a decir a tus viejos, no?
- No por ahora.
- ¿Vas a aclararle de tu amigo y del bebé?
- Si, cuando esté más tranqui.
- Está bien.
Agarré un fibrón azul de los que tenía a mano en la pizarra blanca. Le empecé a dibujar la cara. Con el moretón le hice un osito panda mientras ella exageraba lo que le dolía el moretón. Le traje un espejo y lo vio y se rio. Me agarró el brazo y me dibujó una casa. Nunca supe hacer más que esta casita del jardín, me dijo. No importa, contesté. Hablamos de pavadas, le recomendé algún libro y se lavó la cara y se fue. Se va a hacer tarde y no quiero más golpes, jaja. Nunca entendí su fuerza para reírse en momentos así, pero bueno, quizás era su forma de sobrellevarlo. La acompañé hasta abajo y la vi irse hasta la esquina y levantar la mano pidiendo un taxi. Volvi a casa y olía a vainilla y ese olor ya no dolía, no, al menos, como antes.