Me hacen feliz

miércoles, 26 de enero de 2011

Calesitas.

Todo final, para que sea operante, debe ser explícito, me repetía a modo de orden para convencerme de que tenía que ver a Rachel y decirle chau. La llamaba y siempre alguna vueltita para evitar el encuentro. No puedo. Mirá si se entera Sebas. Tengo que ir al ginecólogo. Uy justo arreglé para ir a la pelu. Hoy sale shopping con las chicas. Perdón, gorda, tengo la casa echa un lío y pensaba ordenar.

Seis llamadas después diciéndole “dale, hacete un ratito, es importante”, accedió. Quizás le faltaba imaginación para inventar otra excusa, quizás le daba vergüenza ajena mi insistencia. El que no llora, no mama, dice siempre mi abuela con acento tano.

Fuimos a un café del centro. No trabajamos té de vainilla, sentenció la moza. Café de por medio, vueltas de la cucharita no para revolver sino para calmar los nervios, le dije con palabras que intentaba que sean dulces como la vainilla, que se consiga una amiga, que yo no iba a estar más, que me hacía mal verla, que si vuelve pidiéndome ayuda se la voy a dar pero la única a la que beneficia es a ella, que me entienda, que no se enoje, etc.

Las palabras son escasas para una despedida. Siempre hay un porcentaje de rechazo en la despedida. Yo en realidad prefería que Rachel se quede y sea mi pareja, pero no me quedaba otra que la despedida. A mis abuelos cuando se vinieron de Italia les hubiera encantado no sentir el desarraigo, no dejar a los suyos, pero tampoco querían el hambre entonces debieron optar por la despedida. Mi papá no quería que vea cómo maltrataba a mi mamá, aunque no quería que sufra un divorcio, entonces comparó dolores y optó por la despedida. Un déjà vu me hace sentír una pelotuda. Si esto ya lo hablamos, si ya tomé una decisión, si ya sé todo el asunto, ¿por qué la que le sigue dando vueltas ahora soy yo?

Y no era la primera despedida. Rachel era una sucesión de despedidas. Rachel, ya te dije que me hacías mal, ya te dije que te vayas y sólo cerraste una puerta de un portazo, no te fuiste realmente, obvio que te quedás en mi corazón (si, yo también puedo ser cursi) pero siempre volviste y la que no cierra la puerta soy yo, (¿viviré en puertas giratorias que no me llevan a ningún lado?). Y necesito cerrar la puerta y ponerle muchas trabas como los paranoicos.  Hey, por una vez te pido que no llores. Ok, no llorar te hace mal a vos pero que llores me hace mal a mí. Tomá una servilleta. Esperame que voy al baño. Bueno, te espero.

La despedida me desbordaba. Me dejaba inconsciente como si fuera victima de un knockout. Me alteraba el lenguaje como si padeciese una discapacidad. Me creaba culpas que no me correspondían y daban mil vueltas en mi cabeza. Rachel, primeras hojas del libro, ilusión de que sea la mejor novela de la historia, miedo a que sólo estén bien escritas las primeras hojas. Rachel, siempre te gustó que te pase poemitas. Te copié una parte de mi libro favorito en una servilleta mientras estabas en el baño. No, no, leela después, hagamos como las pelis. Quizás la guardes mucho tiempo y de viejita la veas y el papel esté a punto de deshacerse y eso te de más nostalgia.

“ (…) Me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado (…)”

miércoles, 12 de enero de 2011

Basta.


Cinco días después de que venga a casa llorando, la llamé a su celular. Me dijo no, equivocado y cortó, señal de que estaba con su esposo. Al día siguiente, dos horas más tarde que el anterior, volví a llamarla. Esta vez sí pudimos hablar.

-          ¿Cómo estás, Rach? ¿Mejor?

-          Si, hablamos y va a empezar un curso de manejo de la ira. Me recontra pidió perdón. Ni me mira, creo que tiene vergüenza. Y nada, está contento con lo del bebé.

-          Bueno, genial. Yo no quiero ser la ex resentida que se mete, ¿no? pero me quedé preocupada.

-          Si, pero no te hagas drama, Lul, en serio.

-          Yo no quiero hacerme drama pero sabés qué pienso de estos casos…

-          Sí. Y yo creía pensar lo mismo pero es difícil. Tiene quilombos en el laburo, no te conté pero lo ascendieron hace poco y nada, se descargó conmigo.

-          No justifica nada.

-          Si, ya sé, pero bueno.

-          Vos viví tu vida como quieras, Rach. Pero asegurate de poder seguirla viviendo.

-          No seas extremista.

-          No lo soy.

-          Bueno, pero no pasa nada.

-          Te creo porque confío en vos. Espero que puedas manejarlo.

-          Si, quedate tranqui.

-          Bueno, sabés que estoy.

-          Sí, gracias. Yo también.

-          Besito.

-          Beso.

Pensé en las frases de compromiso. Ese “yo también” era lo que tenía que decir. Ella no estaba sino cuando me necesitaba. Igual lo que más me preocupaba era la mentira hacia sí misma. ¿Se puede controlar una situación de violencia? ¿Cómo se llega al punto de pegarle a quien amás? ¿Cómo saber lo real de un arrepentimiento? Y lo que me llamaba la atención es que yo estuve en esa situación y la había evitado y no me había llegado tanto como cuando le pasó a ella.

Pero basta de Rachel. Basta de una mujer que no me ama, pero me necesita. Basta de seguir siendo la amiga, si no quiero ser la amiga. No es egoísmo. Nena, vos sos la egoísta. Ensayo diálogos que nunca se pronuncian más que en mi mente. Me propongo estar si es necesario pero no esperar que se haga necesario. Me digo que tengo que hacer mi vida, si total ella ya hizo la suya. Basta Rachel, no vuelvas. Basta de dramas tuyos, nunca míos, peor aun:  nunca nuestros. Basta de ser la superheroína que te salva. No tengo superpoderes. Tengo paciencia y como dicen las viejas, la paciencia se agota. Tengo buenas intenciones pero también tengo cansancio. Basta Rachel. No me elegiste a mí. Pero yo me elijo a mí. Me alejo elegantemente, con la certeza de haber hecho las cosas de la mejor manera posible. Me alejo con nostalgia, con miedo. Pero con firmeza. Basta Rachel, basta sentimientos adolescentes. Nunca basta yo.

sábado, 1 de enero de 2011

Libros.


Leo muchos libros, pero no todos me hacen querer devorarlos. Analizo la construcción de la oración, las formas de entrelazar los contenidos, el desarrollo, el equilibrio sentimiento-acción. Hay libros que por todas estas cosas hacen que no pueda despegarme ni un minuto. Aguanto las necesidades básicas para seguir investigándolo. Deseo el avance de la trama y las formas, pero detesto  pensar que el libro, inexorablemente, va a terminar. Otros, pobres libros, los leo de a ratos, cuando se puede, los leo para distraerme. No subrayo nada. Avanzo, en parte, para ver el final. Busco fundamentos a las formas y el análisis queda ahí: no encuentro un sentido (mucho menos varios sentidos). El libro pasa por mi vida como muchas otras experiencias, como rituales vacíos, como rutinas. De pronto avanzo siete páginas y siento que no me dejó nada. O me fui por las nubes pensando en la cotidianeidad. No son los libros más preciados, los del lugar especial en la biblioteca o en la casa, los intocables, los cuidados como oro. No son los que se buscan intensamente en la librería ni se releen y se subrayan siempre cosas nuevas hasta que el libro parece estar casi todo lleno de escrituras (a lápiz o mentales) y se los recomienda a cada persona que esté buscando algo para leer.

Hay ciertos libros en el medio. En un primer momento parecen buenos. Se subrayan ciertas cosas. No existe tal apego simbiótico aunque sí la necesidad de lectura. Quizás por el momento que uno está viviendo encuentra cierta magia en el libro. Pero luego, años después, se lo vuelve a leer y el libro es insulso y las frases subrayadas presentan la incógnita de por qué se las subrayó. No presenta más desafíos. Es un libro más, aunque quizás teñido por el afecto que algún día despertó.

Muchas relaciones son así, como los libros. Conmueven a la persona cuando se la cruza inesperadamente en la calle y luego del saludo de despedida la sonrisa perdura. Pero el resto de los días esa persona ni asoma en los pensamientos. Otras, intensas, no nos permiten imaginarnos sin tenerlas en nuestra vida. Son parte de nosotros, se resignifican, se valoran, se avanza y retrocede, se construye un camino, sinuoso a veces, pero camino común al fin. Rachel es el libro que me apasionaba pero que me fue arrebatado, la única edición de ese libro que me prestaron pero que tuve que devolver antes de terminarla y ya no pude volver a tenerla. Me quedaron palabras por subrayar, espacios por resignificar, silencios por entender. Me quedé en la cuarta o quinta página de un libro gordísimo. Y si cuatro o cinco páginas valieron tanto la pena, entonces el libro entero debía pertenecer, tarde o temprano, a mis favoritos.