Me hacen feliz

sábado, 21 de noviembre de 2009

Todo pasa por algo (o no).


Cuando queremos que algo pase, solemos caer en un estilo de determinismo particular. Lo vemos al amor de nuestra vida un día que justo pensamos en él y creemos que los astros están alineándose para expresarnos una nueva verdad. Todo pasa por algo, nos repetimos. Y en realidad, si lo hubiéramos visto un día cualquiera simplemente le diríamos hola y ahí terminaría todo, no diríamos que justo cuando nos saludó sus ojos se iluminaron y nos habló de un modo diferente. Pero no, enhebramos cada hilo de la realidad en un tejido incomprensible que nos hace saber que él estaba ahí porque quiere volver o porque todavía nos ama.


Unos días después del episodio con Cami me encontré en elantro con otra amiga con la que solía mantener charlas largas y que nos hacían bien y aunque no concordábamos en todo, a veces servía para ver otro punto de vista. Cuando la ví le conté lo que había pasado y todo lo que me hizo reflexionar, principalmente que estaba harta de estar mal, que era re fácil y que quería probar qué se sentía estar bien.


- Bueno, mirá, para mí es super simple. Hay que tener prioridades. Y cumplirlas, cueste lo que cueste. Mi prioridad es Fede y voy a hacer todo para que estemos bien. ¿Cuál es tu prioridad?


- Mmmm, ¿yo? Sé que suena egoísta pero hoy un tipo está, mañana no. Lo mismo que los amigos y la familia y todo. En cambio yo estoy siempre, por eso es que tengo que quererme para estar bien.


- Si, bueno, pero eso es obvio. Creo que tenés que tener a algo o alguien más como prioridad.


- Depende, si me hace olvidarme de mí, no. Es decir, si me tengo a mí y sé lo que quiero, mis prioridades van a ir cambiando de acuerdo a lo que quiera.


- Si, pero está bueno tener a alguien por quien darías la vida...


Si bien sus palabras no tenían nada de raro, me llegaron. Si las hubiera leído o escuchado en otro momento seguro las hubiera calificado de conformistas o quizás me hubiera reído. Pero en ese momento me servían muchísimo, me influían y me hacían pensar todo otra vez.


El lunes siguiente cuando estaba yendo a la escuela en el colectivo, dormida y hecha un desastre, levanto la vista y estaba EL. Justo se le había roto el auto y se tuvo que tomar un colectivo. Justo el colectivo que yo tomaba, aunque el entraba más tarde a trabajar. Justo después de esa charla con mi amiga. Justo cuando yo quería estar bien y al verlo me recordaba que en los últimos años, sólo con él fui feliz. Y, obviamente, me dije que era por algo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Todo el maquillaje corrido.

Al día siguiente me desperté con dolores en partes del cuerpo que no sabía ni nombrar. Como siempre. Encontré mi celular tirado por ahí y me avisó de un nuevo mensaje. Era Cami.


Estas despierta? Voy para tu casa?


Diez minutos después estábamos tiradas en el piso, no tanto por el calor del verano sino por un calor diferente que emanaban nuestros cuerpos confundidos con esos elementos extraños que no terminaban de eliminar. El corazón nos latía muy fuerte, inertes sentíamos que no era tan grave.


- Che, ¿quién me dibujó un collar? ¿Y ésta frase de acá quién la escribió?


- Ni idea, a mi me dibujaron un sol alrededor del ombligo. Creo que fue una chica del bar, pero no estoy segura. Jaja. ¡Es lindo el solcito aunque no tenga carita!


- Jajajaja. ¡Yo soy una señora elegante con collar de perlas!


- Jajajaja! "Señora", qué mal suena!...Boluda, me siento super culpable.-Dije, aprovechando la risa para que era tan feo sea tomado con humor.


- ¿Por?- Me miró de golpe y seria. Nuestros ojos se unían en una línea recta paralela al piso, perpendicular a nuestro cuerpo. El piso anaranjado daba un tono cálido justo para tratar ese tema.


- Porque la probaste gracias a mí...y sos mi amiga y te amo y no sé, no puedo permitirme quedarme como si nada.


- Che, pero pará. Yo lo hice porque quise.


- Si, pero...


- Pero nada, boluda, tengo diecisiete años, no soy reee grande pero tengo poder de decisión. No te persigas. Ya fue, ey.


- Bueno pero para mí fue terrible verte en ese estado, ¿entendés? No sabía si llamar a una ambulancia o qué. –Bajaba mi mirada. Me replanteaba en la lejanía temporal si había hecho las cosas bien.


- Noo, ¡mirá si se enteraban mis viejos! ¡Me matan!


- Si, por eso esperé. Pero si no reaccionabas lo tenía que hacer.


- Bueno, pero no te preocupes porque no lo voy a hacer más. No me gustó para nada.


- Es lo mejor que podés hacer. Es como el cigarrillo o la cerveza: no te gusta de una pero después, donde le agarrás la mano no querés dejarla. Yo con la merca tuve un re mal viaje y me dije “Me quedo con esta mala experiencia, sino me hago re adicta”.


- ¡Y encima es tan cara!


- Jajaja, ¡si! Che, ¿viste que descubrís partes de tu cerebro? Es como que se paralizan, o sentís un hormigueo en distintas partes- Le dije mientras me tocaba diferentes partes de la cabeza intermitentemente y después le hacía un mapa similar en su mano que yacía casi muerta al lado mío.


- Siii, ¡qué miedo boluda!


- Si. Igual hablando con vos me olvido un poco de todo esto. Pero te digo, me di cuenta de algo y es que voy a dejar las ropis, ya fue. Vi todo desde el otro lado y me di cuenta de lo mal que le hace a la gente que me quiere. O sea, nunca llegué a ese estado pero puede pasar alguna vez, por eso se preocupan. Y yo me decía que era de rompepijas o que me juzgaban pero yo a su vez veía una parte solamente. Ahora las veo a las dos y la pongo en la balanza y me digo que ya fue. No vale la pena.


- ¡Me alegro amiga! Te amo.


- Yo también.


Y seguimos riéndonos, reconstruyendo la noche anterior, tiradas en el piso, el delineador todo corrido, despeinadas y despreocupadas. Llegaba la calma después de esa noche horrible. Y queríamos disfrutarla, ahí, sólo la calma, el silencio, el piso frío, las ventanas cerradas para que la calma no se escape, sólo un pocos de sol entrando repartido en los agujeritos de la persiana. Y nosotras.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Amaneciendo (o el principio del fin)


El día que decidí dejar la droga tenía dibujado un sol alrededor del ombligo y no recordaba quién lo había hecho ni cuándo ni cómo. Estaba ahí el sol, con trazos firuleteados de lapicera bic en mi panza diciéndome hola. Sonriéndome.


Estaba en la costa, era verano y me sentía inmortal. Todas las noches me juntaba con amigas, esas que también tomaban psicofármacos, y nos quedábamos haciendo nada o todo hasta que el sol nos quemaba los ojos y emprendíamos la vuelta cada una para su casa. Una vez nos metimos en el mar cuando hacía diez grados y al otro día a todos lados nos acompañaban las carilinas. Otro día salimos a desordenar macetas: no robábamos, no rompíamos, sólo las cambiábamos de lugar en un mismo jardín. Otra vez ayudamos a los basureros e incluso nos subimos al camión. Y así mil cosas.


Pero esa noche se incorporó Cami, que había venido con su familia. Nos juntamos en algún bar y tomamos algo con la respectiva pastilla. Cam, vos no tomes que no estás acostumbrada y te va a hacer mal, le repetía yo. Y ella decía que estaba todo bien y mis amigas no la paraban. Sacarle las pastillas o los tragos hubiera sido, ante todo un escándalo, pero además era ser hipócrita, porque ahí estaba yo tomando lo que le decía que no tome. Y tomó y tomó.


Un golpe me hizo tomar conciencia de lo que estaba pasando una hora o dos después. Un golpe que no era físico. Estábamos en la playa, en pleno centro, nosotras dos solas. No veía a ninguna de mis otras amigas. Sólo ella. Con su cabeza en mis piernas. Inconsciente. Los ojos cerrados, un gran vómito cerca, la boca abierta con hilo de baba. Y yo desesperada.


La golpeaba en las mejillas. No reaccionaba. Le hacía masajes en la nuca y la espalda. No reaccionaba. Y había un grupo de gente cerca diciéndome que la lleve al hospital. Y no reaccionaba. Todos miraban. Y no era eso lo que más me molestaba sino que nadie ayudaba: me hacía peor que miren como si fuese un bicho raro. Quizás lo era, pero necesitaba ayuda y eso era lo principal.


Le pedí a unos chicos que me traigan agua con hielo y a los demás los eché. Les grité como una loca: hacía un escándalo que antes quería evitar. Y una mina, de esas que me decía a cada rato que le lleve al hospital, dejó con ironía unas palabras: Qué buena amiga que sos. Si no era porque Cami estaba inconsciente, hubiera descargado toda mi bronca. Pero no era eso lo más importante.


Un chico me trajo el vaso que le pedí. Le mojé la cara, la nuca, la parte interna del codo. Le puse hielo. Y sus ojos empezaron a temblar rápidamente como en REM. Me preocupé y me alivié, estaba dando alguna señal.


Empecé a decirle esas cosas que se ven en las películas. Creía estar lista para todo, pero cuando lo vivía no era como las películas. Todo, en la realidad, es mucho más complejo. Y las soluciones no se predicen. Cam, si me escuchás, necesito que te despiertes. Estoy con vos, no pasa nada. Sólo te tenés que despertar. Caaaam. Estoy con vos. Se lo decía suavecito porque me acordaba que cuando uno está dormido percibe más. Y no quería asustarla, aunque yo tenía mucho miedo. Trataba de ser dulce pero me enojaba no poder hacer nada.


Poco a poco se fue despertando. Apenas podía hablar. No sé cuánto tiempo tardó, para mi fueron como quince horas pero lo más probable es que haya sido media. Le dije que se quede tranquila. Que no era necesario hablar, pero que mire como amanecía en el mar, que era muy lindo. Ella miraba, en silencio, sobre mis piernas acostada. Y más allá de los vómitos cercanos y del miedo y de todas esas cosas que hacían que me sienta horrible y con culpa, ese momento era hermoso. Y cuando se decidió a hablar, Cami dijo la cosa más acertada: El cielo está como nosotras, amaneciendo.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Luchi, la gente desde arriba y los garabatos a crayón.

Un sábado con la resaca del viernes y los compromisos encima fui al acto de egresados de mi hermano mayor. Llevaba ojeras debajo de mis ojos y todo el dolor de cabeza posible. Como siempre siento asfixia en los lugares cerrados cuando estoy sobria, empecé a recorrer el lugar, primero con mis ojos, después seguí con mis pies. Nadie prestaba atención, había padres y alumnos emocionados, hablando y riendo y llorando.


Subí unas gradas del costado. Quería ver todo desde otro plano, otro ángulo. Observar cuando nadie lo nota. Ver cómo se comporta la gente cuando se la ve de arriba, que parecen tan buenos e inofensivos, tan iguales.


Apoyaba mi peso en mis pies, mi cabeza en mis manos y mis codos en la baranda. Por momentos me entredormía, o veía todo borroso. Jugaba a inventar situaciones de acuerdo a los gestos de la gente, a establecer relaciones entre los compañeros. Hasta que una voz conocida me sacó de mi juego. ¿Luchi? Preguntó. Luchi, hacía cuánto que no me decía Luchi. Esa persona, esa única persona que alguna vez pensó en decirme Luchi y anotarlo en sus cartitas en la clase y en las tarjetitas de cumpleaños. Luchi, ese apodo no había sonado tan lindo hacía años.


Ahí estaba, Ayelén. Más grande, cambiada. Con la misma sonrisa en sus ojos y en su boca. La misma fragilidad. La miré fijo, sin poder creerlo, hasta que reaccioné y la saludé. Quería darle un abrazo, hablar con ella por horas, reírme y dibujar con mis crayones aunque tenía dieciséis en vez de siete. Pero la sentí tan lejana...habían pasado tantos años y tantas cosas y cambios que ya no sería lo mismo. Ella tan igual y yo tan diferente.


Hablamos de lo de siempre. Qué hacés acá y esas cosas. Estaba sacando fotos, su hermana terminaba la secundaria con mi hermano y yo nunca me había enterado. Mientras hablábamos de esas cosas que todos sabemos que se olvidan fácil, pensé que debía ser la chica perfecta. Tener su novio sano, deportista, lindo y estudiando abogacía. Tener ella planeado estudiar contadora pública, casarse, tener dos hijos, una casa con cerca blanca y un perro. Y no sabía nada de ella y estaba metiéndola en el cuento perfecto que siempre me vendieron y que yo ahora odiaba pero era, después de todo, mi mecanismo de defensa para entender por qué no me abrazó cuando me vió, por qué no se acordó de nuestras horas juntas ni me propuso volver a vernos, esa vez no por efecto de la casualidad. Por qué para ella no fui lo suficientemente importante y para mí, durante años, la felicidad dependía de verla al comienzo de clases mientras izábamos la bandera, sabiendo que no había faltado y tenía cinco horas para ser feliz.


Y yo tampoco le dije de vernos. Entendía que una chica tan dulce y frágil no quería juntarse con la resacosa ojerosa que se asfixiaba en los lugares cerrados y por eso jugaba con las cabecitas de la gente y se imaginaba historias. Ella se merecía algo mejor que mis garabatos a crayón y mis risas sin sol.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Universo.

Al día siguiente de meter muchos valiums en mi cuerpo para que afectaran mi cabeza lo había visto a EL. Lo crucé de casualidad en ese mismo lugar que por primera vez vi sus ojos de galaxia, vestido de azul como aquella vez. Nos saludamos, era la primera vez que lo veía desde que él tenía novia y me moría de ganas de huir. De irme. De inventar una excusa. De salir corriendo. Pero no podía mentirle a ese hombre que, más allá de todo lo que me había lastimado, seguía amando.


-Hola, ¿cómo andás?


-Bien, ¿vos?


-No me mientas, boluda, no me digás que estás bien.


-Malvado, te gusta la desgracia ajena, jajaja.- Y lo golpeé suavemente en su hombro. Me agarró la mano.


-Compartimos todo durante mucho tiempo, sé que no estás bien, ¿qué te pasa?- Por un segundo dejé que me agarre la mano, quedé sintiendo su calor, su textura. Estaba tan cerca y eso parecía oponerse a todo el tiempo en que estaba lejano. Pero lo solté. Bruscamente. Salí de ese encantamiento y volví a tierra.


-Nada, tonto, te jodía. Uno dice que esté bien porque sabe que el otro pregunta cómo estás por convención, así que ninguno de los dos debería molestarse, ni el que recibe un bien de compromiso ni el que sabe que preguntan por preguntar.


-Uhhh vos siempre filosofando por todo!. No me cambies de tema, quiero saber por qué estás mal!


-¿Qué te importa?- Y fui distante. Muy.


-Bueno, me preocupás.


-No soy más tu novia, no jodás.


-Eu ¿por qué me tratás tan mal? ¿No dijimos que iba a quedar todo bien cuando cortemos?


-Dijimos mil cosas. No quiero hablar.


-Dale contame qué te hice...-Respondió, desafiante


-Si tanto te interesa, te voy a decir que me hiciste. Por vos me sentí usada. Una pelotuda.


-¿Ehhh? ¿Por qué?


-Porque tenemos conceptos diferentes de lo que es amar. Para mí cada persona es como una artesanía, diferente y frágil y compleja y no puede cambiarse por otra. Para vos no, para vos la gente es una coca-cola genérica que cuando se acaba vas al quiosco y comprás otra. Vos no me amabas a mí, amabas tener una novia. Por eso cortaste conmigo y buscaste otra que esté ahí cumpliendo el mismo rol Y no cambiaste nada, ni las palabras ni el formato ni los diálogos ni nada. Y yo no puedo hacer lo mismo, no me sirve, no me llena, no me sale. Y no es tu culpa, vos tenés esa forma barata de amar, pero yo fui parte, yo creí que nuestro amor era algo más y me da bronca, más que por vos, por mí. Por haber caído en esos moldes. Por comerme todas las cursilerías de Hollywood creyendo en un amor pelotudo que sólo es mirarse a los ojos y que te brillen y que no haya un día a día, un reconstruirse mutuamente y seguirse amando a pesar de los cambios, un ir más allá, un aceptar que el otro ronca o no te deja espacio en la cama y que eso también sea amor. Compartí tu idea básica de amor y me sentí bien. Y en realidad yo no sabía lo que quería. Y creí cuando me dijiste que sin mi te morías pero es mentira, te morís si no tenés una relación superflua para escaparte de vos mismo y conformarte, no te morís sin mí.


-Boluda te fuiste a la mierda. Me estás juzgando, insultando, a mi, a mi novia.


-¿Qué carajo le pasa a la gente? Decís cualquier cosa y resulta que la estás juzgando. No, querido, no te estoy insultando a vos ni a tu novia. Es el tipo de amor que eligieron. Me estoy insultando a mí por creerme los versos de las canciones putas de la radio. Me insulto por mi ceguera, mi conformismo y mi estupidez. Por eso. ¿Viste esos libritos que venían de chiquito que unías los puntos y después coloreabas de acuerdo a un modelo? Eso fui yo. Creí en los modelos impuestos en vez de crear el mío propio. Me confundí. Ahora me siento en el espacio viendo cómo no tengo punto de apoyo ni modelos a imitar. ¿Pero sabés qué? Es mejor. Porque sé que dentro mío no necesito juntar la línea del uno al dos y del dos al tres como si el amor fuese así de lineal, un beso, más besos, querés ser mi novia, te amo, sos el amor de mi vida, me hacés feliz, querés conocer a mi vieja, casémonos. Y seguir los colores para ver qué es lindo. Voy a lograr un dibujo mio, con muchas más escalas y gamas de colores. Y me va acostar más pero va a ser como yo quiera...y por eso va a durar más.


-Sos una forra. Yo te amé, ¿entendés? Y estuve mal mucho tiempo, pensé en matarme y esas cosas pero tengo que seguir viviendo.


-Ya te dije, gracias por haberme amado. Gracias porque la pasé bien, no, no la pasé bien, fui feliz! Y aprendí mil millones de cosas pero gracias a eso sé que quiero que mi próxima relación no sea así. Sos un lindo recuerdo. A veces me violento, porque pienso que no, pero eso es cuando lo miro con mis ojos de ahora, con otra visión. Pero cuando estuvimos juntos, me hiciste feliz. Y eso no me lo quita nadie. Y vos seguís viviendo a tu manera pero para mí esa muerte es peor que la del valium. Si, sé que escuchaste los chismes y por eso me preguntaste si estaba bien. No me importa. Peor es para mi morir comprando algo ajeno, en una relación llana, aburriéndome.


-...


-Bueno, ya te dije todo y vos no querés decir nada, ¿no?.


-No.


-Nos vemos.-Y le di un beso en la mejilla, rápido, fuerte.


Mientras caminaba sentía como una lágrima me corría todo el rimel. Y era una lágrima de alegría. Me sentía aliviada. Y me dí vuelta y lo vi parado, con sus ojos en el infinito. Y de repente movió rápido la cabeza, como alejando sus pensamientos, y siguió caminando como antes. Como siempre.

martes, 3 de noviembre de 2009

Falta sol.

....G.... dice:
y qué decía la servilleta?

L dice:
qué servilleta?

....G... dice:
la de ayer boluda

L dice:
no me acuerdo jajaja

....G... dice:
ayer se terminaba la noche y vos querias tomar una birra
decias que no habia sol suficiente
era por las nubes
pero bueno yo me prendi para seguirla
los demas se fueron
y cuando estabamos ahi me dijiste "para" y te quedaste como un minuto callada y con los ojos cerrados
sacaste una lapicera
despues escribiste algo en una servilleta todo rapido
pero no me mostraste
me dijiste que tenia que haber sol para que podamos entenderlo

L dice:
qué lime!

...G... dice:
si pero me dejaste con la intriga!
buscá ya la servilleta!

L dice:
bueno.
bancá
tengo mil quinientos haikus en el bolso totalmente intrascendentes

....G....dice:
y?

L dice:
te copio:
"fui un dibujo prefabricado de esos de puntitos de cuando eramos chicos y debi unirme con grafito. ahora los puntos se desordenaron y no tengo punto de referencia ni de forma ni de color y es mucho mejor"

...G... dice:
el valium siempre te tira para los recuerdos infantiles boluda
y? te gusta como escribis drogada?

L dice:
a veces digo las cosas mejor asi que sobria.

...G... dice:
pero no entiendo nada

L dice:
a veces yo preferiría no entender.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Raros peinados nuevos.


Las mujeres tenemos algo con el pelo, le damos demasiada importancia. De chiquitas vimos alguna publicidad con una nena de pelo largo y hermosa que se peina frente a un espejo en un armazón de plástico y con detalles de princesa. O con un trenzador o un artefacto para poner cuentitas en las mechas. Y cuando tenemos unos años más, once o doce y vamos a la playa en familia, pasamos por los artesanos y nos hacemos alguna trencita árabe o bahiana para estar a tono con la playa y que después la seguimos llevando haciendo juego con el bronceado que perdura cuando volvemos a la ciudad.


Yo no soy la excepción. Mis cambios de pelo no eran vanidad. No eran tampoco, como dicen algunos, porque necesitaba un cambio en mi vida. Muchos menos porque no sabía lo que me gustaba o no tenía un estilo definido.


Tuve el pelo de mi color, ese que los peluqueros te dicen rubia ceniza y todos piensan que es castaño, pero que cuando hay sol se ve medio dorado, medio colorado. Lo tuve rebajado y recta. Me rapé el costado de cabeza, a modo de semi cresta y también me rapé la nuca para sentir en el verano esa sensación tan rara. Me puse extensiones. Me teñí, mechones de rojo, todo el pelo de rosa hasta parecer un troll, volví a mi color, al rubio, al negro azabache total. Me hice una rasta perdida en la nuca. Me corté el flequillo, recto, para el costado, lo volví a dejar largo y lo tiré para atrás a modo de jopo. Usé vinchas y hebillas.


¿Por qué los cambios, entonces?


Para recordarme que uno siempre cambia. Para expresar que el ser humano no es estático. Mi mente cambiaba todo el tiempo, mucho, y yo podía permitírmelo. Pero tenía que ser consciente que todo cambio deja su secuela: mi pelo se volvía quebradizo, crecía con menos fuerza, se ponía feo pero lo tenía como quería.


Pero también cambiaba mi pelo para recordarme que la estética no era lo más importante. Que si me quedaba feo ese nuevo flequillo, mejor, así prestaba atención a lo que peor me quedaba: estar mal.