Me hacen feliz

domingo, 31 de octubre de 2010

La mina de los tatuajes.

A la mina de los tatuajes la conocí en una reunión de anarquistas. Por momentos me oponía al círculo de anarquistas y ese tipo de organizaciones que en parte sentía que iban en contra de los principios del movimiento. Por momentos me dejaba de romper las pelotas con detalles e iba, a ver si me ayudaba a pensar cosas nuevas. “Y qué tanto quilombo”, me decía.

Nunca la había visto en otra reunión, cine debate o charla. Hubiera recordado una mina con tatuajes. Pero sobretodo hubiera recordado una voz tan dulce, unos movimientos tan simples y hermosos, sus palabras agresivas por lo reales que eran. Tenía una visión ultracrítica y en parte conmovedora. Creo que tenia el carácter para ser política, claro que en el caso, obvio, de no ser anarquista.

Me acuerdo que me acerqué y le dije que me encantaba lo que había dicho. Juro que no tenia intenciones de levantarla, solo de escucharla hablar un poquito más. La veía fuera de mi alcance. Tan linda, tan intensa, tan ella.

Hablamos un ratito de autogestión y ya había que ir desalojando el lugar (confieso que quizás lo que sentí un ratito pudo haber sido casi una hora). Me dijo de ir a su casa a seguir charlando. Me parecía raro, en parte, porque no la conocía. Pero me inspiraba tanto respeto y admiración que la seguí.

Me contó que tenía 32 años, aunque yo hubiera pensado que apenas llegaba a los 26. Tenía una biblioteca llena de poesía. “No me gusta la prosa”, sentenció. Era la primer persona que me decía le gustaba leer, pero que no leía prosa. “Salvo alguna crónica, las noticias y esas cosas, obvio”. Solté una carcajada y pensé que era anarquista hasta con eso.

Eran como las diez y media de la noche. Sin preguntarme puso fideos en una cacerola. Me dijo que no malinterprete, que no era vegetariana, que esa moda del mercado le parecía absurda. No paraba de reírme, no estaba de acuerdo en todo lo que decía pero me causaba la forma, esa especie de personaje que hacía que se asemejaba muchísimo a Violencia Rivas (que en ese momento no había salido a la luz) pero muchísimo más dulce. 

Comimos unos fideos mientras nos reíamos de la escena de la dama y el vagabundo, lo que terminó siendo un análisis burlón de todas las películas clásicas de Disney. Me dolía la panza de tanto reirme. Esa mina me ponía mejor que el porro.

Como era de esperar, no tenia relojes a la vista, sólo un despertador escondido en un cajón, que sólo sonaba para avisarle que tenia que empezar a alistarse para ir al trabajo. Daba clases de física en la universidad. Yo pensaba que los anarquistas éramos solo los zurditos de humanidades, bueno, no. Ella era más zurda que todos los que conocía de la facultad.

Recuerdo que sacó lo que parecía ser un par de medias y ahí tenía encerrado un despertador. “Me saca el tic tac, por mas bajito que sea, lo escucho”, me explicó. Se fijó y eran como las tres de la mañana. Ninguna de las dos lo había notado. Me invitó a quedarme a dormir. Fue la primer mina con la que dormi en la misma cama sin habérmela cojido.

domingo, 24 de octubre de 2010

El sueño me delata.

El sueño me delata. Me delata cuando estoy mal y me evado y duermo poco y me lleno de cosas para hacer y me delata cuando estoy mal e intento aceptarlo pero no puedo con todo y termino durmiendo demasiadas horas para no pensar.

Cuando no duermo, leo las noticias de distintos diarios, le cuento a la gente el último libro que leí y se lo recomiendo, cocino tortas para tomar mates con amigos, si me toman un parcial saco una nota mayor a nueve, salgo jueves, viernes y sábado. Nada me llena, por eso hago mil cosas, para no tener tiempo de pensar lo suficiente en que realmente nada me llena.

Cuando duermo, pienso que dormir es lo más parecido a morir, desde la posición hasta la falta de consciencia del mundo exterior. Hace un tiempo, no sé por qué ni cómo, privilegié mi parte racional por la sentimental. Supongo que fue algo gradual cada vez que los sentimientos me desbordaban. Así fue como perdí la capacidad de llorar, claro que de llorar con lágrimas, porque en algún punto quizás mi forma de llorar sea escribir, o hacer todas esas cosas sin sentimiento, haciéndolas para tapar algo y no porque realmente me llenen.

Cuando duermo mucho, suelo tener sueños que encuentro muy simbólicos. Una vez soñé que me encontraba con una nena rubia de cuatro años con ojos marrones muy grandes que no hacía otra cosa que mirarme fijo, inquisitiva. Yo me agachaba para que la línea de nuestros ojos sea paralela al suelo y ella seguía mirándome, con los ojos vidriosos, sin hablar. La nena tenía el corte de pelo estilo Cristobal Colón que me hacían cuando era chica. La nena tenía esos bolados gigantes que se usaban a principios de los noventa. La nena era yo. La nena me hacía llorar con esa boca muda y esos ojos fijos.

En otro momento soñé que me metía al mar con mis amigas de secundario. Jugábamos, estábamos alegres, hacía calor y la playa estaba desierta. Pero las olas eran gigantes y nos pegaban durísimo. El agua estaba revuelta y nos expulsaba constantemente pero nosotras seguíamos metiéndonos, jugando, haciéndonos mierda cuando rompía la ola.

Me puedo evadir de lo que siento, pero no me puedo evadir del sueño. Y cuando llega se siente como todas esas lágrimas juntas que no logro expulsar.

Detesto las estructuras, los trabajos de 8 a 4, tener días fijados para limpiar o para hacer las compras. No me sirven los planes a largo plazo, termino dejando lo que me presiona (y haciéndolo mejor por mi cuenta). Nunca sigo una receta al pie de la letra, no sé regar las plantas todos los días. Cuando hice dieta me cagué de hambre y después me di atracones. No sirvo para las vidas ordenadas. Sin embargo, un sueño ordenado es la única forma que tengo de no desbordarme. La única estructura en mi vida es dormir ocho horas.

sábado, 16 de octubre de 2010

En dos semanas me caso.

Hace un mes Rachel me llamó y me dijo que en dos semanas se iba a casar. ¿Balde de agua fría?. No. Balde, sí. De agua fría, no. Lo esperaba, en algún momento lo esperaba. Sabía que iba a pasar porque era lo que ella quería para su vida. Pero los amores se recuerdan solteros.

Si el amor de EL empezó puro y cristalino y se fue contaminando con un poco de violencia, conformismo y aburrimiento, el amor de Rachel desde el principio estuvo contaminado. Era un amor destinado al fracaso desde la base. Un amor que nos sorprendía que siguiera fluyendo. ¿Fluía? ¿O era un amor estancado como agua de pozo?

Me llamó hace un mes y me dijo en dos semanas me caso. Aclaró que era porque me quería ver en el civil. Sé que vos no estás muy de acuerdo con todo esto del matrimonio pero para mi es importante que vayas. Y aunque ya la había superado, me hacía algo adentro (¿la había superado? ¿un amor que se supera fue amor?). Así que ni bien me lo dijo me tomé unos días para pensar. Esos días para pensar tan de novela, de ir a tomar un café sola y tener la mirada en el vacío, de ir a la plaza a mirar los chicos correr.

Y me puse un vestido y fui al civil. Y cuando salió tiré arroz y la abracé y la miraba y sonreía como si fuera más una hermana que una ex (¿ex qué? ¿ex amor? ¿ex pareja? ¿ex prueba-a-ver-si-me-gustan-las-minas?). Y aunque quería llorar, me limitaba a sonreir y acomodarle el pelo y decirle lo hermosa que estaba, sintiendo la mirada de su novio, ahora esposo, en la nuca. Si, el chico de músculos y pene, sobretodo plata.

Después me fui caminando sin pisar las líneas de unión de las baldosas, mirando el piso algo animada. Pensaba en que al menos con él sería feliz. Si, sabia muy bien lo que pensaba, pensaba que qué pena, que ella daba para más, pero que no la iba a juzgar, que ojalá sea feliz. Pensaba eso y sentía otra cosa. Nunca supe cuál esa sensación en el pecho que algunos dicen que les provoca llorar. Yo siempre lo sentí en la mandíbula, en las muelas. Esa cosa que se resiste a ser tragada, por eso se queda entre los dientes. Esas palabras que no saben qué sonido tomar, que asoman al mundo pero no pueden salir, porque los sentimientos no responden a la lógica del lenguaje, porque resulta tan difícil encontrar simples palabras para algo tan complejo como saber que ese amor nunca más va a ser tuyo (¿es eso o es un montón de cosas más que excede los términos de propiedad, de tiempo?).

En las películas es todo más glamoroso. Hay un violín detrás, hay un montaje adecuado a la ocasión, hay tantas cosas. Yo solo tenía mis pasos con una obsesión de pequeña de no pisar la unión de las baldosas (amor contaminado, me decía). Tenía la obligación de sentirme bien porque ella se iba, pero yo quedaba. Tenía cinco quilos menos a base de resignación y gelatina. Pero sobretodo tenía la seguridad de que no volvería a besarla. Y aunque se sentía mal, era algo bueno. Era el fin de ella y el principio de otras cosas. ¿Cosas buenas? Seguro. Se iba ella, pero yo me quedaba.