Me hacen feliz

viernes, 27 de julio de 2012

La indigencia y el limbo.


Te dije chau como le digo chau a cualquiera. Pensé en eso un día que volvía con unas bolsas de frutas recién compradas en un puestito barato de la calle. Caminaba pensando en mis cosas, que en ese momento seguro sería una canción cursi, cuando vi a un indigente en la entrada de un edificio. En mi barrio no había indigentes, porque no había edificios. Me acordé de vos que siempre viviste en el centro y te acostumbraste a ver gente viviendo en las calles. Yo nunca supe cómo manejar eso. Me acuerdo que te reías porque si ibamos de la mano yo no me daba cuenta y te la apretaba más. Y si se trataba de un niño mi cara rozaba el llanto. Me acusabas de ser demasiado sensible y yo te decía que lo tuyo era un mecanismo de defensa para que no te afecte, porque tantos años viendo eso podía hacerte muy mal. Me comprabas gomitas para que me ponga mejor. Y yo sólo con eso me ponía mejor, qué bien sabías qué gomitas quería...

Pero esa vez vi al indigente sola. Casi que paro. Siempre me decías que no hable con los indigentes, que se sentían inferiores y te puteaban. Yo te decía 'Mile, son personas' y vos me mirabas como un padre que mira a su hijo, un hijo que no le cree que la gente ponga piedras en los montículos de arena de la playa y que por eso tenés que tener cuidado de no saltarles encima. No, al final no paré ante el indigente, sólo seguí caminando. El me dijo 'chau' y yo no pude mirarlo a los ojos porque los tenía llenos de lágrimas. Saqué una banana y una mandarina de las bolsas que recién había comprado, se las di llorando, o sea, me caían lágrimas pero yo no sollozaba, me hacía la que no pasaba nada. Lo miré a los ojos y el también lloraba. Me fui corriendo. Y después pensé en que nos merecíamos un abrazo por compartir el llanto.

Ahora no tengo quien me compre las gomitas que me gustan. Tengo el recuerdo de tu marca de cigarrillos, que siempre me parecieron muy fuertes. A veces miro tu número en mi celular y pienso en llamarte. Tengo música en mi compu que la bajaste vos para que la escuchemos juntas porque mi música no te gustaba mucho. Pienso seguido en vos. Siempre me decías que pensaba demasiado. Y siempre supe que tenías razón. No sé cómo no pensar. Mi vieja se quedó con el manual de uso que venía conmigo. Vos parecías intuir qué decía ese manual de uso y me tratabas bien. Después un día hiciste algo que el manual de uso decía específicamente de no hacer y se averió todo.

Camino mucho, eso me hace no pensar. No tengo el manual, pero busco la forma. El otro día cruzaba una plaza y vi a una chica leyendo. Me hice la que no sabía una calle para sacarle charla. ¿Debería contarte esto? Ella estaba leyendo a Kundera. Me acordé de vos, que sólo habías visto la peli de La insoportable levedad del ser y yo sólo había leído el libro. Le hablé un poco a la chica del libro. Pavadas, ya sabés. Me gustó esa chica, pero no me animé a pedirle el número. Después me agregó al face, no sé cómo me encontró pero es así, siempre todos se conocen con todos. La dejé en lo que tu hermano llamaba 'el limbo', ahí donde ni aceptás ni rechazás la solicitud de alguien. Ahí donde estoy ahora yo, no en face, en todo, un limbo, ni bien ni mal, espero, no sé qué.

Caminando también me pasó que me crucé con un compañero tuyo de trabajo, Matías. Me saludó, se acordaba de mí de ciertas cenas a las que me has llevado. Me dijo 'qué pena que cortaron' o algo así. No lo escuché mucho, estaba prestando atención a un pajarito que intentaba armar el nido y el viento le tiraba los palitos a la mierda. Pensaba en el pobre pajarito. Matías hablaba. Creo que me dijo que te vas a investigar dos años a Bélgica. Quisiera llamarte, felicitarte, pero me da miedo decirte que te vengas a tomar un vino y todo se termina yendo a la mierda como los palitos del pájaro, porque no puedo permitir que se vaya todo a la mierda, estoy empezando a hacer méritos conmigo misma para salir del limbo y que eso no me lleve al infierno.