Me hacen feliz

martes, 29 de noviembre de 2011

Desierto.


Mis peleas con ella siempre me recuerdan a mi ciudad natal, ésa perdida en la provincia de Buenos Aires, no tanto a la ciudad en sí sino a sus tardes de verano, el calor insoportable, la presión baja, el dolor de cabeza, la necesidad de que pase el tiempo y llegue la nochecita. Cuando baja el sol los vecinos ponen los regadores sapito que si vas distraído no te das cuenta de su existencia, hasta que te mojan los pasos. Y el olor a pasto regado que lo invade todo, los nenes que dejan de gritarjugar porque entran a sus casas al mismo tiempo que los olores a comida salen, siempre que entra algo, algo sale también.

Cuando nos peleamos el clima es así, denso. Todo es pegajoso y odioso y ni los ventiladores y aires acondicionados hacen olvidar la presión baja que aplasta las cabezas y los cuerpos. No hay ganas de salir de casa, como cuando nos peleamos no tenemos ganas de salir de nosotras mismas. Y el mal humor en todo, en poner en remojo unas lentejas, en darse una ducha. Todo a punto de explotar, hasta parece que el agua para los mates está a punto de hervir antes de tiempo.

Y después de todo, la lluvia. La calma. Volver a dormir. Abrir la ventana y que entre un aire renovado. Volver a respirar. Volver a escuchar, dejar los mambos de la cabeza a un lado y no discutir más. La gente no sale a las calles. Nosotras nos quedamos en el cuarto con una nueva promesa de que todo va a estar bien, mientras hacemos cucharita.