Me hacen feliz

jueves, 20 de junio de 2013

El pibe de la armónica.


En 2008 yo iba a la secundaria y me juntaba con un grupo grande de gente como se suele hacer cuando vas a la secundaria. En el día del amigo había sol, el día era como un día interminable, se veía el cielo bien azul y yo me sentía más mortal que nunca. Miraba al cielo y miraba al grupo de mis amigos y todo se teñía de algo que no conocía.

Después de comer algo fuimos a la plaza central a tirarnos al pasto. Y nos encontramos con un chico con un cartel en sus brazos, un cartel que sostenía bien alto. En medio de la curiosidad nos acercamos a ver qué decía, leimos un 'Abrazos gratis' y escuchamos que el chico nos decía Tengo fibrones y papeles, pueden hacerse su propio cartel, dar abrazos gratis.

Mi grupo era un grupo de antis. Pero los antis son los seres más sensibles. Todo el negro, el delineador, las bandas depres, todo eso no importaba. Nos había gustado la propuesta e, impulsados por la fuerza de pertenecer a un grupo, hicimos nuestros propios carteles.

El día pasó entre abrazos, risas, gente que agradecía y otra que desconfiaba. Hasta que cayó la noche y ya se iba terminando todo. El último abrazo que di fue porque escuché una música. Era una armónica y yo me hipnoticé como esos animales de los relatos folklóricos. Era un chico sentado en un monumento tocándola, solo. Le dije '¿Qué hacés? Feliz día del amigo' y el pibe me dijo que su único amiga era la música, mirando a su armónica. Le dije '¿Querés un abrazo?' y nos abrazamos un rato. El chico tenía la mirada más triste del mundo. Era como una nebulosa donde no podía verse nada más que el desorden.

Su abrazo me dio miedo. Sentía que su vulnerabilidad podía entender en mi abrazo más de lo que había. Lo solté, le dije 'nos vemos' y me fui. La sensación que sentí era el vacío. Cobardecobardecobarde. ¿Quién era ese chico, por qué su única amiga era la música, de qué estaba compuesta su nebulosa? Las preguntas se sucedían una tras otra hasta que me subí al colectivo y me encontré con una conocida del barrio y hablamos pavadas.

Del día del amigo del 2008 me quedé con tres cosas: las señoras agradecidas, la gente desconfiada y el pibe armónica. El me hizo dar cuenta de mi propios límites a la hora de dar. Yo sólo le podía ofrecer un abrazo, una sonrisa. Después me iba corriendo.