Me hacen feliz

martes, 28 de julio de 2009

Los ojos sonrientes.

A esa edad no tenía conciencia de que me gustaban las chicas. Me decía que las miraba para aprender cómo ser mujer. O para ver si me gusta ese vestido o esa cartera. Ni siquiera me lo había planteado, quizás porque uno no muchas veces se plantea lo que siente como normal.


Cuando recién empecé en el colegio nuevo empecé a ir también a Natación. Los primeros días los pasaba sola, me dedicaba a sentir el tacto del agua, pensaba mucho, observaba. Con los días empecé a hablar con la gente y fue ahí cuando conocí a Ro y Fede. Eran muy amigos. Iban juntos a todos lados. Fede era obviamente gay. Muy lindo, afeminado, usaba zapatos y nos daba concejos de moda. Nunca me molestó. Ro era simpática, usaba una colita muy alta que en los códigos cerrados de esta ciudad, eran de trola. A mi no me importaba en absoluto. Los dos eran más grandes que yo: tenían 18 y yo 13. Pero igual nos llevábamos muy bien.


Ro miraba directamente a los ojos. En un principio me llamó la atención. Me hacía bajar la mirada. Era demasiado directa. Pero esa provocación me gustaba. Con el tiempo me di cuenta que tomé eso de ella.


Los ojos de Ro no sólo miraban directamente, sus ojos sonreían. Se achinaban. Y yo miraba cómo sus cejas con el conjunto de su boca parecían formar un corazón.


Nunca pensé que a Ro le gustaran las mujeres, porque nunca pensaba en esos temas. Y nunca pensé que a mi me podía gustar Ro. Y sin embargo, las dos cosas eran ciertas. Un día terminamos la clase y nos bañamos cada una en una ducha diferente, como era habitual. Pero al salir de la ducha me corrió el pelo sin peinar, me acarició la línea del mentón y me dio un beso. Fue un beso corto y dulce. No se comparaba con el del chico en la tertulia. El de él era apurado y no me gustaba mucho. Era largo. El de Ro fue corto pero hermoso. Me gustaba y quería más. Me dejó atontada. Salí con una sonrisa, su sonrisa, que parecía habérmela pasado.


Esa sonrisa duró todo el día. Todos los días hasta que la vi la próxima vez, que esperaba que con el contacto de sus labios me siga enseñando cómo sonreír.

martes, 21 de julio de 2009

Colegio de monjas.

Después de meses de un accionar minucioso, pude convencer a mis padres de que cambien de colegio, pero con el pacto de que tenía que ser religioso. Siempre tuve buen diálogo con ellos y la capacidad de lograr que se pongan en mi lugar, sólo que sus convicciones era otras y tenía que acceder.


Entré en un colegio sólo de mujeres de monjas. Pasé de una minoría masculina a una totalidad femenina. Y no me sentí mal por no tener a quien mirar sino por no tener con quienes jugar. Aunque ya a esa edad no jugábamos, porque pretendíamos ser grandes.


Cuando dije que me iba a un colegio sin hombres, todo el mundo me decia “Seguro que está lleno de tortilleras” o “¿Por qué te vas a un lugar así?”. Yo no decía nada. Nunca fui tan prejuiciosa. Y yo, lo que más quería, era irme de esa escuela. No importaba a dónde, quería irme.


Años más tarde me enteraría de que salió más gente homosexual y bisexual de mi primaria mixta que de mi secundaria de sólo mujeres.

jueves, 16 de julio de 2009

A los trece.

Con Carina también aprendí sobre las tertulias (así le decíamos a los bailes para chicos que todavía no iban a bailar a un boliche, y eran organizados en escuelas). Mi vocabulario se extendió al saber qué era chapar, que te apoyen y chamuyar. Tuve como una clase teórica unos días antes de ir, cuando me quedé a dormir en lo de Carina. Fue la primera vez que jugué a la seño.


Con Carina era muy distinto a Ayelén. De Carina quería aprender, pero no me gustaba. No me parecía linda ni buena. Su sonrisa me resultaba vacía. A ella no quería protegerla y que el tiempo no pase para que esté conmigo. Era solo por un tiempo, para divertirme, para cambiar. Ayelén era para toda la vida. Como una amante y una esposa ahora.


Cuando fuimos a la tertulia me sorprendió. Había pocas luces y todos parecían lindos. Había mucha gente a un costado dándose besos, la mayoría sin conocerse. La música estaba fuerte y las chicas bailaban bien. Los chicos las miraban admirados y trataban de acercarse. En un costado algunos fumaban temerosamente su primer cigarrillo que se mezclaba con el humo que salía de donde estaba el dj. Me sentía en una película.


Carina empezó a bailar y yo también. Nos habíamos aprendido todos los pasos ese día en su casa, porque la hermana mayor de Carina se los sabía todos y nos enseñaba. Y no pasaron quince minutos que nos empezaron a hablar chicos. Nos hablaban de un modo que no conocíamos. Ellos eran como adolescentes y nuestros compañeros del colegio, niños. Pero Carina me había anticipado que no había que darle bola a todos, porque sino quedabas como una alzada. Así que nos hacíamos las indiferentes .


Ya pasadas dos horas de baile vinieron a hablarnos dos chicos. A Carina le gustó uno, se notaba en sus ojos. Le dijo “¿Vamos por ahí?” y se fueron. Yo me quedé sola con ese chico y sin mi mentora. Apenas sabía mantenerme parada.


Me dijo lo mismo y terminamos besándonos. Lo único que pensé fue “¿Así que esto es chapar? No es tan divertido”. Estuvimos media hora. Lo sentí como una guerra de lenguas , como jugar a los soldaditos. Las bajas las tenía yo, él era como un gran ejército al que una batalla no podía afectarle. Le dije chau y me fui con Cari a su casa en el auto de la madre. No hablamos mucho.


Ese día quise llorar. Y no pude. No lo estaba conteniendo. Realmente había cambiado., ya no era como el día en que Braian quería ser mi novia que tenía que contener el llanto. Ahora tenía que forzarlo y ni siquiera así salía Y sin embargo, algo seguía estando en mi: la congoja de haber hecho algo sin realmente quererlo. Acariciar los pelos castaños de ese chico que no recordaba el nombre sólo por hacerlo. Dejar que Carina me domine. Perder otro cachito de mi...y sentir que son panes que serían comidos por pajaritos, sin dejar verme el camino para volver atrás, como Hansel y Gretel.


Ese día lo decidí: haría lo imposible para irme de ese colegio. Ya había cagado todo con Ayelén y sus ojos marrones de dulce niña. Ya Carina no me servía. Ya grité muchas cosas. No podía volver atrás y ahí estaba estancada, así que decidí hacer lo único que sentía que quedaba como opción. Iba a huir.

domingo, 12 de julio de 2009

De loser a winner.

Nunca me había tratado con Carina. Ni siquiera me importaba. Sólo una vez dije algo de ella: “Es una canchera”. Pero Carina me servía para gritar: tenía confianza en sí misma, no se dejaba pasar por arriba y tenía muchos conocidos (que en esa época no diferenciábamos y decíamos a todos amigos).


Carina se juntaba con María y Emilia. Eran tres súper amigas desde primer grado. Carina y Maria eran dinamita juntas, le hacían maldades a Emilia que por estar con ellas y no sola, se las bancaba. Porque nadie soportaba los aires de grandeza de Emilia y ella, de un modo u otro, se daba cuenta. Pero Maria no empezó séptimo con nosotros sino que se fue a una escuela estatal.


Carina sabía que sola no podía soportar a Emilia, así que no tuvo problema en adherirme a su grupo de admiradoras. Carina me enseñó lo que era tener ropa de moda, cuáles eran las mejores marcas, cuáles eran las palabras copadas, cómo hablar con chicos, me presentó MTV. Si creyera en esa diferenciación pelotuda de losers y winners, ella me cambió de loser a winner. Pero no creo en eso, asi que digamos que simplemente me adaptó a lo que yo quería hacer: encajar sin ser pasada por encima.


Dejé de juntarme con Ayelén y con Sofía. Creo que nunca supieron el por qué de un modo formal. Creo que tampoco me di cuenta. Estaba demasiado encerrada en mí. Tenía demasiadas expectativas en lograrlo. Y me olvide de todos, incluso de mí.


Con el tiempo empecé a sentir que esa no era yo. Para encajar tenía que mostrarme más tonta, más superficial. Algunos hacían chistes sobre mi enfrente mio. Y yo me reia, porque el humor era la mejor forma de enfrentarlo. Pero después lloraba porque trataba de ser alguien que no era. Lloraba a escondidas porque si lo sabían, me iban a pasar por encima. Lo que no sabía era que ya me estaban pisoteando.

miércoles, 8 de julio de 2009

Empezar a gritar.

Supongo que todos tenemos una revolución cuando pasamos de niños a adultos. Esa transición que te desconcierta. Tu cuerpo ya no es el mismo, y no hay modo de pararlo, porque está ahí, cambiando. Y uno puede encerrarse en su habitación y seguir jugando a ser niño, pero la realidad es que no puede permanecer inmune.


Pero ese cambio no es sólo cuestionamiento, no es como a los tres años que a cada cosa que encontramos le preguntamos el por qué y las madres, sonrientes, nos llaman sus pequeños filósofos y nos acariciaban la cabeza, que estaba ahí, donde terminaba su mano, en la medida justa. La preadolescencia, como le llaman, es cuestionarse para decir no. A alguno ese cuestionamiento no les llega hasta la adolescencia, pero es el mismo período. Vemos que hay responsabilidades y no queremos tomarlas, descubrimos que no somos tan especiales como nos decía mamá y empezamos a definir la personalidad: somos fanáticos de una banda y que nadie más ose serlo, empezamos a hablar distinto, a movernos distinto y a odiar el mundo adulto.


A los 12 años tuve mi revolución, que se empezó a gestar a los 11. Fue cuando decidí que no iba a dejar que el mundo me siga pasando por arriba. Decidí que no era justo tragarme cosas, decir que si a todos para que los demás estén bien y no ver lo mismo de su parte. Y empecé a gritar, a despotricar contra todo.


En el colegio cristiano al que iba se hacían las asambleas de curso: se evaluaba por medio del diálogo cómo eran las relaciones entre los alumnos. Todos decían que eran un grupo unido y hermoso. Yo recuerdo haberme parado y decir que era una mentira, que muchos se creían superiores y que no lo eran, que solo tenían la plata de sus papis. Fue un golpe duro para los doce años. Pero no era problema del curso, era mi problema, así que me pusieron una psicopedagoga. Diagnóstico: hipersensibilidad. Mi primer experiencia con el psicoanálisis fue ver cómo una psicopedagoga delegaba un problema profundo a una persona. Quienes pregunten por qué huyo del psicoanálisis, quizás aquí tengan una primer respuesta.


No paré ahí. Me convertí en la pesada que decía todo. Mil veces. Si, estaba desequilibrada. Pasé del silencio total al bullicio continuo. Algunos todavía no habían llegado a ese cambio, quizás por eso no lo entendían.


Pero quienes mayormente no entendían mis necesidades, o al menos no tenían la misma reacción que yo eran Ayelén y Sofia. Ellas no querían gritar, al menos no todavía. No tenían ni la voz ni el coraje ni las ganas de hacerlo. Y yo lo sentía como la mayor necesidad de mi vida. Así que tuve que buscar gente que si quiera hacerlo. Y busqué dentro del curso y busqué de mi mismo sexo. Y ahí estaba: Carina.

domingo, 5 de julio de 2009

La cancha en el recreo largo.

No sólo Ayelén era mi amiga, Sofía también. Pero eran dos tipos de amigas diferentes. Ayelén era femenina, dulce, tierna y me gustaba de un modo que no entendía. Sofía no. Sofía no me gustaba así, sólo como amiga. También era de las calladitas, las correctas, pero era otro estilo. Cuando Sofía se enojaba, se enojaba. Yo me enojaba y me desenojaba, porque estar enojado estaba mal. Ella era más impulsiva, pero sólo un poquito.


Sofía era masculina. Yo por momentos me sentía masculina, pero no lo era al lado de ella. Sofía iba a voley y jugaba muy bien. Usaba siempre una trenza larga hasta la cintura que nunca se la deshacía. Nunca cambiaba el peinado. No tenia cosas con Mickey y Minnie, no miraba Cocomiel. Yo miraba los Caballeros del Zodíaco y Dragon Ball pero también Sailor Moon y La Pequeña Lulú. Ella no, sólo miraba programas de nenes.


Los viernes, ya cuando estábamos en 5to A, teníamos la cancha de fútbol en el recreo largo. A mi no me gustaba porque todos los varones se iban a jugar al fútbol y todas las nenas se quedaban al costado con miedo de que una pelota les pegue. A mi no me gustaba ni una cosa ni la otra. Pero tenía a Ayelén sólo para mí.


La tenía solo para mi porque también la atemorizaba un golpe de una pelota descuidada. Y yo, sabiéndolo, le contaba cosas para que no piense en eso. O le decía que no era tan grave recibir un pelotazo. Y ella me escuchaba y parecía empezar a disfrutar los rayos del sol en la cara mientras apoyaba su cabeza perfectamente redondeada en mi hombro.


A Sofía sí le gustaba jugar al fútbol. Era un varón más. Jugaba muy bien y todas las chicas la alentábamos, algunas por miedo, otras porque sentíamos que nos representaba. Digamos que era un decresendo de la más femenina a la más masculina: Ayelén, yo, Sofía.


Yo, siempre en los medios.

jueves, 2 de julio de 2009

El Recreo, Las figuritas de Dragon Ball Z y Las hojas de Carta

En el recreo nunca estaba con las nenas. Me cansaba esperar para jugar al elástico. Jugar a la soga me gustaba, pero no en el cole. No sé por qué. Entonces, sin encontrar mi lugar con los posibles juegos de nena, me iba a jugar con los nenes. Cambiaba figus de Dragon Ball Z, las del borde naranja flúo, pero las pegaba en las cosas que usaba, coleccionar me parecía tonto. Así fue que mi armario, mis cuadernos y demás cosas se fueron llenando de Gokus y Vegetas, que eran mis preferido. Los veia como lo bueno y lo rudo, lo que era y lo que no era, pero que en parte, me gustaría ser. Los stickers en planchas no me gustaban, esos eran muy parecidos entre si y no tenían acción. Me gustaban las expresiones, las luchas, la energía.


Jugaba también a las bolitas, aunque el patio era como una vereda gigante y no tenia mucha gracia como cuando jugaba en mi casa con mi hermano en la tierra del patio. A veces jugaba a las escondidas, que a las nenas no les gustaba porque iban todas atrás del bebedero y las encontraban siempre, en cambio yo me sentía una ninja o una espía secreta, de acuerdo al día, y me deslizaba por las galerías, agachada, cuerpo tierra, corría, como si estuviera en una película los veinte minutos del recreo.


Pero jugar con y como los nenes significaba una cosa: me divertía pero estaba lejos de Ayelén. Así que un día empecé a comprarme hojas de carta para intercambiar, folios para ponerlas adentro y una carpeta. Cambiaba hojas de cartas aunque las veía inútiles. Nunca fui de coleccionar cosas, prefería vivir momentos. Pero eso no era por mí sino por ella, por mis ganas de entenderla y compartir lo que la apasionaba. Empecé a saltar al elástico, pero mientras esperaba mi turno me iba con los varones. Dejé de llevar autitos y bolitas al colegio, aunque no por eso empecé a llevar muñecas, ¡ en eso no iba a ceder!.


Y vi que no era malo ser como las otras nenas, siempre y cuando no pierda parte de lo que yo ya era.