Papeles.

Cuando era chica, como a todos, me preguntaban qué quería ser cuando sea grande. Yo respondía, como muchas nenas, “actriz” y comenzaba a imaginar un futuro en el que podía ser diferentes personas cuantas veces quiera. Era un torbellino de papeles, escenografías, estéticas diferentes e historias de vida.

A medida que fui creciendo me dijeron qué papel tenía que interpretar. Tenía que valorarme a mi misma y eso repercutía más que nada en la relación con el otro. No estar con cualquier hombre, no dejar que las personas con las que me junte me lleven por mal camino.

Valorarme a mí misma no era cuestionarme si quería todo lo que me habían impuesto, si prefería seguir una carrera humanística en lugar de ser abogada para sentir el respeto de quienes me llamen doctora, si realmente Cuba está peor que mi país porque de allá la gente huye en balsa, si me tenía que casar con un hombre a cierta edad para tener hijos y la casa propia. Valorarme a mí misma era sólo lo que se veía. Y la superficie era para mí lo que menos importaba.

Con el tiempo decidí probar todos los papeles. Tuve amigas drogadictas y las seguí en su juego. Bailé todo tipo de música. Me traumé con mi cuerpo que no era ese esqueleto que desfilaba en París Fashion Week. Probé salir a esos pubs o boliches de mala reputación y estar con gente que conocía en ese momento, mujer o varón, simplemente por sentir una atracción. Probé otras ideologías, creí en mundos utópicos y fui a marchas para los derechos de los animales o de los más pobres. Apagué la tele, fui al medio de la nada y leí un libro. Me reí y hablé fuerte frente ante gente con lentes y aires de intelectualidad. Viví en otra ciudad, dejé una carrera y empecé otra. Hice cursos creativos y canté la marcha peronista que no sentía cuando iba a algún boliche riéndome con amigos.

Cierta gente cree que eso no es valorarse. Irse de un extremo a otro. Probar todo. Que uno se termina perdiéndose en la variedad. Yo vi que podía interpretar de todos los papeles un poco, probarlos y terminar decidiendo qué era lo que quería. Y que así dejen de ser papeles.

Leo sólo fue un actor secundario. Igualmente tuvo su importancia durante su actuación. Con él aprendí que se podía pasarla bien sin compromisos. Pero elegí que ésa no sea una constante en mi vida por ese hueco que no me hacía bien. Porque había muchos huecos en mi vida, eran ellos los que me llevaban a buscar llenar un vacío, a encontrar la variedad de las cosas, a sentirme curiosa y siempre seguir buscando o buscándome pero el hueco que sentía después de estar con alguien sólo por sexo, no me gustaba del todo ni me dejaba nada bueno. Y algunos necesitamos souvenires.

Leo también representó, en el plano sexual, animarme a hacer todo eso que censuró mi familia y mi escuela cristiana. Estar con alguien sólo por estar. Y después dar un paso más: ir a un boliche gay aunque siendo mujer tenía que estar con un hombre, porque así lo hicieron Adán y Eva. Y sólo ahí, cuando me pude liberar de todos los papeles impuestos, pude elegir el papel que realmente quería, me quedaba bien y me servía.