Después de mi relación con EL, las siguientes se dividieron en dos: las que duraban un mes y las que no llegaban a suceder.
Las que duraban un mes solían ser con gente que conocía una noche, en elantro y me caía bien. Tomábamos alguna cerveza, nos dábamos unos besos y nos pasábamos el celular. Me encantaba esa persona, me apasionaba conocer algo nuevo, pero era eso: cuando terminaba la curiosidad, pasaba todo. Sólo quería entender por qué me llamaban la atención, me intrigaban y después se rompía el encanto. A veces, cuando me lo pedían, hacía el esfuerzo por estar más tiempo con esa persona pero me sentía una pelotuda total cuando no lo lograba. Y me sentía una forra porque sabía que lastimaba.
Las que no llegaban a suceder eran esas en que una persona me encantaba desde hacía más tiempo y todavía no había perdido el encanto, pero era mi amigo/a y por el miedo de perderlo/a, no hacía nada. Podía sentirme feliz con ver los ojos de alguien sonriendo, o de escuchar las palabras de otra persona, pero no arriesgaba.
Y aunque las dos posturas parecen (y eran) extremas, tienen un punto común: había dejado de confiar en las relaciones. En el primer paso, sólo podía obnubilarme, dar un poco y llegar a mi límite. Si me demandaban más, me iba a buscar otra burbuja para explotar, frágil y multicolor con la luz del sol. Si a la persona ya la conocía y sabía que la relación duraba más que una burbuja flotando en el aire, no quería perderla. Me decía que las amistades duraban más que una pareja. Esa era la otra forma de no confiar en las relaciones.
Y siempre va a haber burbujas que reventar y amigos que admirar, pero después de un tiempo, ya no me llamaba la atención la gente, porque ya había conocido demasiada. Y había lastimado a mucha, con las expectativas de más de una semana y mi imposibilidad de algo más. Pasaron muchos nombres y todo era lo mismo. Me esforcé y siempre fue en vano. Y mis amigos, siguieron estando con sus sonrisas en los ojos, sólo que en algún momento no me bastó y en un punto pensé que debía volver a EL, porque con él tenía las dos cosas que tenía en cada una de las relaciones.