Vivo en el piso más alto del edificio. Una vez una señora
viejita en el ascensor me dijo ‘estás muy cerca de las nubes’. Yo me reí, la
quise abrazar, pensé en la seño que me decía ‘bajá de las nubes’ y en cómo
bajé, en cómo me estrellé y en cómo hago alitas de papel para ver si a veces puedo
volver.
Desde mi balcón veo: un poco de la plaza, la calle, balcones vecinos, árboles que no se ven desde la vereda porque están en los patios de las casas. Mis preferidas son las terrazas. Desde mi terraza vi una lluvia de estrellas con la chica que me gusta. En la terraza fumé porro con mis amigas y les conté mis fantasmas, camuflándolos con el humo.
Desde mi balcón se ven tres terrazas y dos están
deshabitadas. A la tercera sale un chico a tocar la guitarra. Yo suelo
escucharlo primero y verlo después. Sus acordes me hacen ir al balcón a
mirarlo. El me ve y se hace el que no. Es tímido. Es chico. Tiene sus primeras
plantitas de marihuana y las mira con amor. A veces se junta con sus amigos.
Poco. En general toca solo. Toca pero no canta. Yo lo miro, a veces me siento a mirarlo, me quedo hasta que termine. Alguna vez lo aplaudí sin pensarlo. Creo que se avergonzó. No lo aplaudí más.
Pienso en hacerle un avioncito de papel gigante y que adentro tenga una frase sobre la libertad y tirársela de balcón a terraza. Mis amigos me dicen que no va a llegar. Prefieren desilusionarme con palabras antes que me desilusione con los hechos de una frase de libertad que no llega. Les digo ‘¡y si no llega que baje a la vereda a buscarla!’. Y si no baja. Y si la libertad se pierde entre el gris y los pasos apurados de la gente. Y si…
Pienso en hacerle un avioncito de papel gigante y que adentro tenga una frase sobre la libertad y tirársela de balcón a terraza. Mis amigos me dicen que no va a llegar. Prefieren desilusionarme con palabras antes que me desilusione con los hechos de una frase de libertad que no llega. Les digo ‘¡y si no llega que baje a la vereda a buscarla!’. Y si no baja. Y si la libertad se pierde entre el gris y los pasos apurados de la gente. Y si…
Cada vez que estoy con alguien y el chico de la terraza sale,
le cuento a ese alguien sobre el chico de la terraza. Es una de mis historias
de ahora preferidas. El chico de la terraza conoció de vista a las tres
personas por las que sentí algo este último tiempo. Esas personas salieron al
balcón y lo vieron, contentas de escuchar mi historia. Ninguno de mis amigos
conoció a las tres personas. El pibe de la terraza conoce mucho de mi.
Porque conoce mi soledad y yo conozco la suya. Cada una tiene una forma distinta. La de él es su guitarra y la timidez. La mía es no poder mantener una relación en el tiempo por no poder hablar de mis sentimientos. Y una amiga me dice ¿Ah esa chica es tu novia? Pensé que sólo estaban en algo, ¡no me contaste nada!. Y yo pensando que hacía mucho no quería tanto a alguien. ¿El chico pensará en cuántas personas durmieron conmigo estos dos años? ¿A cuántas las dejé despertarse conmigo en vez de necesitar que se vayan por no poder compartir las caras de dormidos, el desayuno antes de empezar el día?
Y yo quiero romper ese silencio. Ya pasó demasiado tiempo de Milena. Tengo que sacarme su enfermedad contagiosa del silencio. Busco la forma de hacerlo, escribo cartas. Sigo contando historias como la del chico de la terraza, pero no son más para tapar lo que siento, son sólo algo más.
Después de todo ¿de qué me sirve mandar frases de libertad si no puedo permitírmela a mí misma en el encierro del silencio?