Los rituales son necesarios. Son el corte del tiempo común,
ordinario, automatizado, para entrar en uno nuevo, diferente, lleno de
significado. Hacemos mil cosas en el día. Las hacemos porque hay-que-hacerlas:
ir al súper, pagar las cuentas, cursar, trabajar, manejar. Así, de repente, nos
encontramos al lado de la alacena sin acordarnos qué queríamos hacer. Eso nunca
va a pasar con un ritual. En el ritual hacés sólo lo que estás haciendo,
disfrutándolo en todas sus dimensiones. El ritual es dejar de lado lo
asfixiante de la rutina para entrar en un tiempo paralelo donde la conexión es
lo único que importa, el exterior y el interior siendo uno solo.
Ser ni-dios- ni-patria te puede alejar de los rituales: sin fechas patrias que festejar, sin misas con dioses a adorar. Podés
ser un robot racional carente de magia. Podés moverte en el mundo con motivos
para todo, con certezas y sin dudas, nunca llegando tarde por saltar sobre
hojas secas de otoño.
Pero ser ni-dios-ni-patria puede hacer que busques tus
propios rituales. Que no aceptes los ya dados y sólo puedas sumergirte en los
que sean propios. El ritual en su máximo exponente.
Yo soy de las que buscan sus propios rituales. Un té con su
calorcito que te cambia el día. Esperar a mis amigos con una torta. Buscar un momento
para dibujar pavaditas en un cuaderno. Improvisar canciones a capella de ritmos simples para demostrar mi amor a seres queridos y perros callejeros. Salir un rato a mirar por el balcón y
llenarme de todo. Aprender a hacer cosas
nuevas, mirándolas como un niño que se maravilla ante la realidad.
El ritual es resistencia. No tiene utilidad práctica. No hay
apuros. Hay aquí y ahora, la expresión máxima de los sentidos. El ritual
siempre puede estar, porque puede durar cinco minutos, una hora o medio día.
Llevo las valijas medio vacías, para que cuando todo tire
para abajo no estar atada a nada. Llevo el corazón casi lleno: siempre que está
lleno creo un lugar más, para poder atesorar cosas nuevas. Siempre estoy
dispuesta a incorporar nuevos rituales, para vivir mi existencia lo mejor
posible.
Me gusta ser un poco tonta y un poco loca. Que se contagien
con mi risa. Me gusta conocer qué les gusta a mis seres queridos y hacer todo
lo posible para que lo tengan. Como también me gusta conocerme a mí misma y llenarme
de rituales.
Siempre vamos a tener el momento en que nos paralizamos al
lado de la alacena sin saber qué queríamos hacer. Por eso siempre vamos a
necesitar los rituales: para llenar nuestra existencia de un sentido que no
puede ser descripto, el sentido de libertad que no se explica pero se siente. Y
yo quiero sentir, porque ya tengo muchas cosas para explicar.