Le mandé un mensaje, corto y directo. Yo estoy, la que faltas sos
vos. No sabía si me iba a responder, pero respondió. Me tiró las
coordenadas de un café donde quería encontrarse y, aunque eran las cuatro de la
tarde, me pedí una birra. ¿Seguridad? Le falta el prefijo in.
Ni bien
me senté empecé a despeinarme. Y enseguida me peinaba con los dedos. Tenía un
viejo tic, el de despeinarme. Y uno nuevo. Me peinaba de nervios. Nunca me importó
verme despeinada. En ese momento mucho menos.
Ella fue la que rompió
el silencio. Me dijo Lucero, mirame a los ojos. No me gustaba que me
llamen Lucero. No me gustaban las órdenes. Parecía que lo hacía a propósito. No
le decía nada. Entonces volvió a hablar. Dale, Lucero, vos siempre hablás
mucho, me decís todo. Seguro tenés algo que decir. No sabés callarte.
Y ahí me tocó un
nervio sensible. No, no sé callarme. Siempre hablo mucho y hago gestos y muevo
las manos. No podía ser de otra manera. Toda mi vida depende de hablar. Y
sentía que ella no se merecía que hable primero. ¿Por qué, si la que se fue era
ella?. Que hable ella. Pero terminé hablando yo, sintiendo que los sacrificios
siempre venían de mi parte, esas cosas que se sienten en caliente.
No te puedo mirar a
los ojos. Te miro y quiero correrte el pelo para darte un beso. Pero ahí para
todo porque si te miro las ganas de darte un beso se me van y quiero golpearte.
Me enferma. No puedo pegarte. Por eso no puedo mirarte, ni saber cómo seguir.
Hablá vos, que sos la que tiraste de venir.
Tenía tantas ganas de sentir esa parte de un temita
de Onda Vaga, ahí donde dice Que lindo que es estar en la tierra,
después de haber vivido el infierno. Qué lindo que es poder amarte y
mirarte otra vez, después de estar tan enfermo. Qué lindo corazón
que estas acá y acá latiendo y me desenredes los ojos y si por ahí
el miedo me viene a buscar de nuevo voy a recordar lo que cantamos una
vez, mirando el cielo.
Quería cantarle ese tema y no podía, porque yo seguía viviendo el infierno,
seguía enferma, con el miedo que recorría cada parte de mí, cada pensamiento,
cada palabra. El miedo que no me dejaba nada, el miedo al abandono.